El mes de octubre de 2005 está ocupado únicamente por una novela extensa e intensa: Bomarzo, de Manuel Mujica Lainez. Era una novela que había estado esperando bastante tiempo en la lista de deseos, recomendada por buenos amigos, pero que no acababa de encontrar su momento. Se trata de una novela otoñal o crepuscular, y quizá por eso me animé a hincarle el diente en aquel octubre. Hay novelas veraniegas, invernales, primaverales y otoñales, todo el mundo lo sabe, y en Bomarzo casi se oyen caer las hojas sobre las monstruosas figuras del jardín de los Orsini mientras uno pasa las otras hojas del libro. No voy a desvelar nada de la trama, un argumento bastante sencillo, ya que el valor de Bomarzo es la capacidad de sugestión de su prosa, la habilidad del autor para introducirnos en el mundo casi mágico de una familia extraña, envueltos por el ambiente aun más exótico del parque de los monstruos, un lugar que ya he añadido a mis lugares literarios dignos de ser recorridos y recordados.
Hoy, un sábado por la tarde, en este octubre lejano, al escribir esta sesquidécada, recupero con algunos fragmentos de la novela la humedad de la hiedra en las rocas y el olor a abandono que me resulta tan atractivo en ciertos momentos. Como retales de un mundo que no volveremos a ver, la literatura nos permite asomarnos a lo que fuimos y a lo que sentimos quizá por última vez en nuestras vidas, sin que ni tan siquiera fuésemos conscientes de ello. Leamos y vivamos, que puede que el mundo se apague y nos pille con una lista inacabada de lecturas y de vivencias demasiado larga.
2 comentarios:
Muy de acuerdo en que hay novelas estacionales. Esa colección tenía títulos importantes y alguna que otra sorpresa
Eduideas: Gracias a las colecciones de quiosco y a las librerías de saldo me pude permitir formar mi biblioteca. Aquellos libros costaban la mitad en esas ediciones, y eran obras que merecían la pena.
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