Veo que en mayo de 2005 andaba bastante centrado en la literatura de principios del siglo XX. Siempre he manifestado mi admiración por la literatura española del primer tercio del siglo pasado. Creo que es uno de los periodos más apasionantes de la historia literaria de nuestra lengua, junto con el tránsito del siglo XVI al XVII. La reflexión del 98, el modernismo, los relatos sociales, el novecentismo, las novelitas eróticas, las vanguardias, la Generación del 27... Por suerte, además de numerosos testimonios de cronistas de la época (críticos, periodistas, historiadores), tenemos también novelas actuales que recrean con mayor o menor acierto aquella época. Recuerdo, por ejemplo, La calle de Valverde, de Max Aub, Las máscaras del héroe, de Juan Manuel de Prada (por cierto, también en aquel mayo de 2005 leí Coños, el intento de este autor por parecerse a Gómez de la Serna, un intento que, a mi juicio, no resultó acertado), o la novela que rescato en esta sesquidécada: Fabulosas narraciones por historias, de Antonio Orejudo.
La novela recrea las peripecias de tres jóvenes en el Madrid de los años 20. Alojados en la Residencia de Estudiantes y vinculados azarosamente a grandes figuras intelectuales de la época, estos jóvenes van tejiendo una trama de ficción con divertidos retazos de coincidencias históricas. Antonio Orejudo, que es un excelente prosista, construye con mimbres absurdos y surrealistas un relato verosímil que seduce a los aficionados a la literatura y, especialmente, a los que andamos enamorados de esa época. No es una novela perfecta, pero sí que entretiene con un humor fino a quienes buscan algo más que las novelas históricas al uso. Además, el reciente estreno fílmico de Ventajas de viajar en tren, basado en la obra homónima de este mismo autor, nos da la coartada perfecta para releer a Orejudo.
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