Abrimos nuevo año de sesquidécadas, esas reseñas de lecturas de hace quince años que se han convertido en el hilo de continuidad de este blog. Hace poco me entrevistaron en la radio para preguntarme por la vigencia de los blogs. Les decía que llevamos años avisando del apocalipsis bloguero, pero que algunos resistimos, un poco por nostalgia, otro poco por tener un espacio para la reflexión alejado del ruido y la furia de las redes sociales:
Estas sesquidécadas también son un ejercicio de reposo sereno de lecturas añoradas o de recuperación de momentos curiosos que rodearon al acto de leer. Por ejemplo, en aquel enero de 2005 tengo anotadas varias novelas juveniles escritas en valenciano. Estaba dando clases en el IES de Sedaví, muy cerquita de mi casa entonces, y había una hora de plan lector, que repartíamos entre castellano y valenciano. Fue un curso en el que aprendí mucho, por ejemplo, que habilitar momentos de lectura en el aula siempre es provechoso y da réditos a largo plazo.
Al margen de aquellos libros de Josep Gregori, Pasqual Alapont o Enric Lluch, encuentro anotado a Michel Houllebecq, que apenas recuerdo, y a Vicente Verdú, con un ameno ensayo sobre Estados Unidos: El planeta americano. Ya he mencionado otras veces en el blog mi sueño de ser profesor de español para extranjeros en algún país remoto (una ilusión que la edad y la comodidad han ido disolviendo), por lo que la lectura de esta obra me descubrió curiosidades que desconocía, y también acabó con cierta visión mítica de los EE.UU. que vamos fabricando a través de las novelas o las películas. Imagino que su interpretación hoy, tantos años y tantos cambios presidenciales después, sería buen objeto de análisis para historiadores y políticos. Para mí fue casi un carpetazo a aquel propósito de irme allí de profesor de español. Muchos años después, un compañero lo hizo y volvió apenado por la deriva hacia un modelo ultracompetitivo y orientado a cumplir objetivos bajo incentivos de todo tipo, especialmente en cuanto a la dotación de recursos económicos. Tal vez algún día haga turismo educativo por allí para comprobarlo.
Otra lectura de aquel mes fue el primer volumen de la saga Memorias de Idhún, de Laura Gallego, de la que ya he hablado también en el blog. Reconozco que no sé si Laura sigue teniendo el tirón que tenía en la época, aunque me consta que algunos de mis alumnos siguen leyendo novelas como El valle de los lobos y las siguen disfrutando. Sin embargo, creo que aquella literatura juvenil de mundo mágico teñida de despertar sentimental ha evolucionado hacia una ficción bastante más dura, quizá en correlación a un mundo juvenil menos limitado en el terreno sexual o en la exposición a la violencia. No es en absoluto una queja, sino una constatación de que los tiempos y los gustos lectores cambian. Que lean, libremente, que decidan qué les gusta y qué no. Que se equivoquen, como nos hemos equivocado los adultos. Que nadie les impida aprender más allá de las limitaciones de sus profesores, de sus amigos, de sus familias. En eso siempre intentaremos ayudarles algunos docentes.
2 comentarios:
Esto merecería un análisis monogŕafico, los cambios sociales según la literatura juvenil de cada momento, tema que da para más de una tesis y es una pena que no se aborde la LIJ desde la academia como corresponde.
Creo que hay buenas investigaciones sobre LIJ, pero me temo que no llegan a los profesionales a pie de aula, que se quedan como fósiles en las universidades, sin retroalimentación. Curiosamente, pese a estar muchos años ligado al fomento de la lectura en el aula y en las redes, muy pocas veces me han solicitado información al respecto para investigaciones.
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