Aparece en casi todas las listas de libros imprescindibles. También en la de los libros abandonados a medias. Simbólica, trágica, profunda, tupida, insoportable, excelsa... Moby Dick es esa novela que seduce y solivianta al lector en proporciones casi bíblicas, como su interpretación, como su épica de lo inalcanzable. Hace quince años me acerqué a la novela de Herman Melville y dediqué el mes completo a su lectura. Sin embargo, como si fuese también un reflejo de mi propia épica de lo imposible, abandoné el libro después de llevar navegadas más de 500 páginas. Quizá fue uno de los primeros libros que dejé sin acabar: cuando se es joven, uno piensa que puede leerlo todo; con Moby Dick, mi caza de la ballena blanca se tornó en la amarga consciencia de que nunca llegaré a leer ni siquiera una cuarta parte de lo que ansío.
Me embarqué en el Pequod sabiendo mucho del capitán Ahab y de su empresa, y también con el ánimo de cumplir con una de esas lecturas obligatorias que todos han de visitar. Como un buen marinero, seguí con disciplina la lucha interna del personaje y sus afanes por acometer la venganza contra el leviatán. Pero en esa singladura encontré mis propios abismos y descubrí que nunca llegaré a ser Ahab, que las causas perdidas no merecen la pena si no hay una mínima esperanza por ganarlas. Hace quince años abandoné el Pequod en una barquilla, casi cuando estaba a punto de enfrentarse al mayor combate jamás visto. Visto desde la distancia, sigo un poco a la deriva, buscando mis causas perdidas, pero con el ánimo dispuesto para ganarlas. Y en ello estamos.
1 comentario:
Yo tardé bastante en abandonar la lectura de los libros cuando no me enganchan pasada la mitad, creo que aprendemos tarde a seleccionar
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