En la primavera del 2013 reseñaba en este blog la impresionante novela de Jesús Carrasco, Intemperie. Seis años después, la incansable Mercedes Ruiz, dentro de las iniciativas de fomento del cine en el ámbito educativo, a través de Cero en conducta, nos ofreció participar en el preestreno de la adaptación cinematográfica de Benito Zambrano, que se estrena oficialmente el próximo 22 de noviembre. Acompañado de varios colegas (María José Chordá, Inma Sánchez, Pilar Pérez Esteve...) pudimos disfrutar de esta película cuya reseña os dejo a continuación:
Intemperie: el rastro de una tierra arrasada
No, Intemperie no es un western, por mucho juego que pueda dar la estética del filme en los carteles y en los tráilers. Intemperie pertenece al género patrio de la España asolada, un género que va desde las Hurdes de Buñuel a El olivo, de Bollaín, pasando, cómo no, por Los santos inocentes, de Camus: películas que no son homenajes a los colonos americanos ni a sus bravos soldados, sino rastros de una tierra arrasada por la miseria, el odio y la codicia. Intemperie, al igual que Los santos inocentes, tiene también detrás a Delibes, un Delibes de lo sórdido, que parece poseído en la distancia por el sangriento espíritu de Cormac McCarthy. Intemperie nos enseña qué le ocurre a un país cuando se entrega como despojo de guerra a las alimañas, pero también nos enseña que doblegarse no es la única solución: doblarse no es doblegarse y, si eres flexible, no te rompes. La película de Benito Zambrano construye un relato impresionante sobre el paisaje y la desolación, el paisaje que nos rodea y el que llevamos dentro.
Construye además un relato diferente de la novela de Jesús Carrasco en la que se basa. No se encontrará el espectador una adaptación, sino una reconstrucción que mantiene la dureza y el tono angustiado de la novela, pero aportando una dimensión diferente, mucho más sensorial, más centrada en las relaciones de los personajes que en la introspección. Y, de fondo, ese paisaje literario, el vacío de la Región de Benet, el sofoco de los campos de Níjar de Goytisolo, el desamparo de los caminos de Aldecoa... todos ellos refundidos en una soberbia fotografía que nos deja sin aliento.
En cuanto a los personajes, poco se puede decir sin desvelar la trama. Sus nombres bien podrían formar parte de un auto sacramental, casi una danza de la muerte en la que todos parecen invitados a bailar. Incluso podríamos pensar en el valor alegórico de la película, un valor que se condensaría en esta brillante frase: “no culpéis a los niños de la maldad de los adultos”. Una frase que todo educador debería llevar grabada a fuego en el pecho.
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