Se cumple con ésta un año de sesquidécadas, notas en las que recupero algunas de mis lecturas de hace quince años. Lo que comenzó como una distracción banal se ha convertido en una serie reflexiva sobre gustos literarios y sobre la trastienda vital de mi biografía lectora. Pero estos escritos también han constituido una magnífica excusa para compartir impresiones sobre libros con algunos de los que pasáis por aquí. Por eso, creo que durante el próximo año seguiré con la serie sesquidecádica, a menos que se alcen voces contrarias.
Para este cierre anual, he elegido a dos autores mediterráneos muy dispares: Joan Perucho y Manuel Vicent.
En tiempos de lecturas vampíricas, convendría recuperar Les històries naturals, de Joan Perucho, uno de los grandes autores de la literatura catalana (hay ediciones en castellano en Edhasa y Quinteto). En la novela, Antoni de Montpalau, un erudito que dedica su vida a la ciencia y la explicación racional del entorno natural, se ve envuelto en la investigación de una serie de asesinatos en un aislado pueblo del Priorat, por parte de un ser vampírico llamado dip. Es una novela con muchos guiños a la Ilustración y a la novela gótica, aunque no tiene nada que ver con estas sagas crepusculares de vampiros adolescentes que están tan de moda hoy día. La novela de Perucho está escrita en una prosa elegante y con un fino humor que satisface al lector exigente. Recordándola estos días, me vino a la memoria también una película con la que tiene cierta relación: El baile de los vampiros, de Roman Polanski (triste condición humana y tristes destinos -el de Sharon Tate, el de Polanski y sus delitos-, en un azar que salda cuentas donde menos lo esperas):
La otra novela que recupero es Tranvía a la Malvarrosa, de Manuel Vicent. Personalmente, me gusta mucho más Son de mar, pero no puedo traicionar la cronología de lecturas que yo mismo he marcado. Esta novela constituye un ejercicio de memoria del propio autor, en el que recupera sus años de estudiante en Valencia, creo que con un valor más documental que literario. La novela tiene ese sabor mediterráneo y epicúreo que impregna muchos de los escritos de Vicent, tanto en las novelas como en las columnas que publica en El País. Hace unas semanas, mi amigo Miguel hablaba en su blog de una exposición de Sorolla con los cuadros de la Hispanic Society de Nueva York, y le comentaba que algunas de aquellas pinturas me recordaban a Manuel Vicent. Después de visitarla ayer, confirmo mis impresiones: En ambos se aprecia el brillo, la humanidad, el color, la vida... tantos detalles que nos hacen felices; el propio Vicent afirma:
Al final de todas las religiones y filosofías, en medio de tantos dioses, héroes y sueños, resulta que la vida no es sino un conjunto de chismes y un nudo de aromas, una pequeña costumbre cuyos pilares tan sólidos son de humo y salen de ciertas tazas frente a las cuales uno ha sido feliz.Con estas palabras y con las pinturas de Sorolla que abren y cierran esta nota, soleadas y luminosas, despido este fértil año; esperemos que el 2010 sea para todos igual de feliz.