A veces, en clase, hay que recuperar el viejo oficio de ciego de las aleluyas y contar las novelas, los poemas, las obras de teatro, con esa letanía subyugante de los pliegos de cordel. Y los chicos, como el lazarillo de la foto, nos mirarían extasiados, como diciendo: ¿Qué le pasa a éste? ¿Estará fumado?...
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