El oficio de enseñar no es fácil de explicar a los profanos. Parece que todos hemos sido enseñantes en alguna ocasión de nuestras vidas, en la infancia con nuestros amigos, de adultos con nuestros hijos o sobrinos... Todos creemos saber transmitir conocimientos que nosotros dominamos, pero los que nos dedicamos al oficio como profesionales sabemos de sobra que "enseñar" no es solo eso, que el hecho de explicarle a alguien cómo se hace una raíz cuadrada o cómo se analiza una oración no nos convierte en maestros o profesores.
Hay en cartelera dos magníficas películas que tratan de la educación y de sus retos. Por un lado, El maestro que prometió el mar, una historia basada en hechos reales, ambientada en los momentos previos al alzamiento militar contra la república española, y Sala de profesores, una cinta alemana que plantea un conflicto actual. Más allá de la distancia entre una escuela rural de la España de los años treinta del siglo pasado y un instituto alemán del siglo XXI, hay varios puntos en común entre ambas películas: el desafío continuo del docente ante realidades que cambian por factores que escapan a su control, la importancia de los aspectos emocionales en el acto de enseñar, el compromiso ético y profesional del buen educador, la frecuente incomprensión de la sociedad en el complejo acto de educar... Pero también hay notables diferencias entre ellas, como señalaré a continuación.
En El maestro que prometió el mar, dirigida por Patricia Font y protagonizada por Enrique Auquer, encontramos a un maestro rural imbuido por los principios de una educación laica y de calidad para todos, al margen de los condicionantes del origen social, económico o familiar. Son los principios heredados de la Institución Libre de Enseñanza, con muchos puntos en común con ciertas cuestiones que todavía hoy se ponen en duda: el aprendizaje por proyectos, el contacto del alumnado con la realidad exterior, el enfoque comunicativo, el descubrimiento, la motivación... La actitud cercana y familiar de Antoni Benaiges (el maestro real en el que se basa el filme) supondrá para el alumnado una sensación novedosa que contrasta con el autoritarismo y los castigos del párroco que ejercía anteriormente de maestro. También encontrará resistencias entre algunas familias del pueblo, pero, poco a poco, irá ganando la confianza al mostrar los avances en el aula. Incluso superará la visita del inspector, que ya es decir. Antoni Benaiges representa el espíritu de renovación educativa que emprendió la república y que pronto se vio zanjado por la rebelión militar, devolviéndonos al siglo XIX con la purga de maestros y con la entrega del sistema educativo al credo e idelogía fascista de los insurrectos. Cuando casi un siglo después, todavía seguimos discutiendo sobre la presencia de la religión en los centros sostenidos con fondos públicos, cuando casi un siglo después todavía seguimos discutiendo sobre la necesidad de contextualizar el aprendizaje en la realidad del alumnado, cuando casi un siglo después todavía seguimos discutiendo sobre el valor de lo emocional en el aprendizaje... poco hemos aprendido de la historia, por mucho que digamos que es esencial conocerla para no repetir sus errores.
Muy diferentes son las cuestiones que se entrelazan en Sala de profesores, una película angustiosa que se desarrolla en su totalidad entre las paredes de un centro de secundaria. La protagonista es una profesora, Carla Nowak, tutora de un grupo similar a nuestro 1º de ESO, en un instituto alemán en el que estudia alumnado muy diverso. Alrededor de la sala de profesores pivotan varios conflictos desencadenados a partir de unos hurtos. Esos conflictos van abriéndose en un abanico de cuestiones que casi todos los docentes conocemos: la xenofobia, la autoridad del profesorado, la presión de las familias, la privacidad, los bulos y rumores, la envidia, el compromiso profesional... En el centro de todos ellos se encuentra Carla, que trata de apagar fuegos mientras enciende otros de manera más o menos involuntaria. La narración adopta técnicamente el estilo del thriller para generar en el espectador una desazón que va creciendo hasta un final demasiado simbólico a mi parecer. Creo que la película es demasiado ambiciosa sembrando interrogantes que no llega a resolver. En este sentido, el papel de la protagonista queda también desdibujado, aunque tal vez sea esa la intención del director, Ilker Çatak. Personalmente, como docente, nada de lo que se cuenta en la película me sorprende: creo que casi todos hemos visto o padecido situaciones similares o incluso peores; es posible que un espectador no docente vea la historia con la distancia que requiere y llegue a conclusiones diferentes. En todo caso, es una película que merece la pena descubrir, aunque solo sea para asomarse a las intrigas de los centros educativos actuales.
Dos películas sobre educación, muy distintas en temas y técnicas, pero con el eje común del oficio docente. Antoni y Carla, separados por el espacio y el tiempo, pero unidos en ese asombro de enfrentarse al reto de enseñar, unidos en el estupor de educar.