Demonios, una novela de medias verdades.
Página web de la editorial Saralejandria: demonios
Para los profesores de lengua y literatura, este blog pretende ser la Cueva de Alí Babá, en la que encontrar alguna idea, algún germen que permita abrir caminos, sembrar dudas, avivar el seso de los más inquietos.
Demonios, una novela de medias verdades.
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Tengo asimismo anotadas en mi registro un par de comedias de Plauto, supongo que para contrarrestar el pánico: también para eso sirven los clásicos.
La primera es un breve ensayo de Noam Chomsky e Ignacio Ramonet, Cómo nos venden la moto, que supongo que conoceréis. Es un librito fácil de conseguir y de leer, que explica cómo actúa la propaganda sobre nosotros a través de los medios de comunicación dependientes de intereses económicos y políticos. Se trata de una obra de 1995, que casi treinta años después sigue teniendo la misma vigencia. Han cambiado los canales y se ha diversificado la manera de difundir y recibir la información, pero las estrategias siguen siendo las mismas. Merece la pena releerlo de vez en cuando.
El otro libro es un clásico de Galdós, Marianela, una lectura que hemos usado alguna vez en 4º de ESO. Es una obra que resulta interesante recuperar, porque tiene diversos niveles de lectura y aporta una visión muy rica de lo que era la sociedad de finales del siglo XIX, pero también da pistas de lo poco que hemos cambiado en ciertos aspectos como la caridad o la justicia social.
El primero es Los mares del sur, uno de los libros de la saga de Pepe Carvalho, el detective eterno creado por Manuel Vázquez Montalbán. No es la primera novela de la serie, pero quizá es la más conocida por haber recibido el premio Planeta en 1979. El contraste entre los barrios altos y los bajos fondos de Barcelona acompañan al lector en una intriga por las pasiones y por la historia más o menos reciente de nuestro país. Las novelas de Vázquez Montalbán (y las de otros de su generación, como Marsé o González Ledesma) permiten acercarnos a los pequeños detalles que no se cuentan en las enciclopedias, como si viajásemos en el tiempo y pudiéramos asomarnos por las ventanas de la España gris de los años 60 y 70. Muy recomendable.
Otro clásico del género es La dama del lago, de Raymond Chandler. Tal vez esa afición por el género que reconocía arriba se deba en parte a aquella colección de quiosco que venía con el diario El País, con novelas imprescindibles y autores que no había leído jamás, pero que, a partir de entonces, se convirtieron en favoritos. Libros de baja calidad material (qué podemos pedir por un euro que costaban) pero exquisita calidad literaria. Libros que han acabado en la biblioteca del instituto o en las librerias de saldo, porque uno ya no cabe en casa. La novela de Chandler está protagonizada por otro detective inolvidable: Philip Marlowe. Novela negra estadounidense, novela que se impregna también con las adaptaciones cinematográficas, con las caras de actores que acaban adueñándose de los personajes. Cine y literatura, drama y pasión, dinero, poder, sexo... La vida en blanco y negro.Finalmente, para mi grupo de 2º de bachillerato elegí como lectura una selección de cuentos de Julio Cortázar: La autopista del sur y otros cuentos. En aquellos años no había literatura en Selectividad, así que aproveché la oportunidad que brinda el relato breve de Cortázar para acercarlos a la literatura de calidad. Cada quince días leíamos y comentábamos alguno de los relatos del libro, y les ofrecía en el blog adaptaciones o versiones sobre ellos. Era días de lecturas y tertulias que permitían un descanso en el ritmo frenético de ese nivel. Creo que ahora no lo podría hacer, y es una pérdida para mí y también para mis estudiantes, porque las aulas están hechas para leer obras, no para estudiar teoría sobre ellas.
Grimpow es una novela de Rafael Ábalos que se sumó a la fiebre por las aventuras fantásticas y de misterio de la época (al estilo Laura Gallego, El nombre de la rosa o incluso el Código da Vinci). Una novela destinada a un perfil muy específico de lector y que tuvo bastante impacto entre los lectores jóvenes del momento. Creo que con las nuevas narrativas actuales no vale la pena recuperar este tipo de novelas que tuvo su importancia para la fidelización de lectores en su día, pero cuyos ingredientes han perdido la vitalidad que los mantuvo en el escaparate.
En las antípodas se encuentra el clásico Cuatro corazones con freno y marcha atrás, de Enrique Jardiel Poncela. Me animé a leerlo por mi afición al humor de Jardiel y en un intento de proponer lecturas teatrales en 4º de ESO (donde seguía mandándose Bajarse al moro). A pesar de ser una obra divertida para mi gusto, entendí que resultaba demasiado alejada del público joven del momento y que su valor cómico se diluía tanto que no compensaba ese esfuerzo (creo que finalmente opté por La visita del inspector, de la que ya he hablado aquí). Más allá de su abordaje en el aula, sigo pensando que Jardiel Poncela es un autor injustamente arrinconado por la crítica.
Por último, dejo constancia de un libro de cuentos de Robert E. Howard, La piedra negra y otros relatos, una antología de un autor imprescindible en el género del horror sobrenatural. Autor maldito, discípulo de Lovecraft y digno sucesor de sus tramas y traumas, Howard mantiene en sus relatos esa angustia del miedo primigenio, del terror telúrico heredero de los mitos de Cthulhu. Una lectura solo para aficionados al género, apasionados de la oscuridad y de ese halo de fría humedad de las costas de Nueva Inglaterra.
Creo que El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, no necesita muchas reseñas. Es una novela magnífica, muy diferente de Cien años de soledad en el planteamiento, pero igual de exquisita en su lenguaje y en la capacidad sugestiva de su prosa. Fermina Daza y Florentino Ariza se convierten gracias a García Márquez en dos referentes literarios de la talla de Ana Ozores y Fermín de Pas, personajes difíciles de olvidar, igual que son difíciles de olvidar muchas de las frases que han acabado convertidas en aforismos de Facebook o Twitter. Tal vez hayáis visto la película (*) y no os haya convencido: tratad de olvidarla y acercaos a disfrutar de la novela sin prejuicios. Merece la pena.
También tiene película, esta sí de buena calidad, la otra novela reseñada en este mes: El sueño eterno, de Raymond Chandler. El detective Phillip Marlowe se enfrenta a un caso de chantajes, desapariciones, crimen y mujeres fatales, todos los ingredientes de la buena novela negra. Creo que fue por esta época cuando comencé a aficionarme a este género, empezando por los clásicos, como este de Chandler, para ir leyendo a los autores más recientes. También descubrí que la novela negra es un magnífico antídoto contra el aburrimiento y contra el "atasco lector", esa sensación de no saber qué leer o de estar cansado de libros demasiado intensos. Así que, en mis cortos veranos, continúo leyendo novelas policíacas para desestresarme.
La última reseña es de Matadero cinco, de Kurt Vonnegut, una obra extraña, polisémica, a la que llegué después de los dos novelones anteriores, y a la que quizá por ello no presté la debida atención. Recuerdo muy poco de su lectura, salvo que me dije que tenía que volver a leerla en algún otro momento, porque detecté que había un fondo satírico al que no estaba llegando y que merecía una segunda oportunidad. Casualmente, igual que en las anteriores, hay también película, pero no la he visto, así que no puedo opinar.
(*) La película, protagonizada por Javier Bardem y Giovanna Mezzogiorno, es incapaz de escapar de todo lo tópico y accesorio de la trama amorosa de la novela. Más interesante me parece ver Serendipity, protagonizada por John Cusack y Kate Beckinsale, una película en la que esta novela, como libro-objeto, se convierte en un referente para una divertida historia de amor.
La primera es ya un clásico: Tokio blues, de Haruki Murakami. Más allá de la broma de quedarse siempre a las puertas del Nobel, este autor me marcó en su momento con una novela extraña y cercana a la vez, algo complicado para un lector occidental poco acostumbrado a la literatura japonesa. Recuerdo que acabé de leerla y estuve varios días con esa sensación de haber disfrutado de una obra destinada a permanecer en el tiempo, como creo que finalmente ha sido. Curiosamente, he intentado en alguna ocasión volver a leer algo de Murakami y no me he decidido nunca a acometerlo, no sé si por miedo a perder aquella sensación de mi primera lectura o simplemente porque no ha llegado todavía el momento. En cuanto a Tokio blues, no voy a desvelar nada: os animo a que os metáis en ella con la inocencia del profano.
La última novela es La conjura contra América, de Philip Roth, una distopía política basada en acontecimientos históricos. La novela narra desde el punto de vista de la familia Roth los acontecimientos políticos durante la supuesta presidencia de Charles Lindbergh, que ha derrotado a Roosevelt. En esa situación se va acrecentando en los Estados Unidos el antisemitismo y el supremacismo, unas ideas que históricamente encajan en el personaje de Lindbergh, que fue en su momento portavoz del comité Estados Unidos Primero (America First Committee), ¿os suena? Es una novela muy interesante, a la que me gustaría volver en algún momento, porque intuyo que en ella aparecen muchos elementos que se han materializado en los últimos años, no solo en Estados Unidos.
Con esto, os deseo un feliz verano. Buenas y frescas lecturas.
También producto de su época es Una noche de perros, de Hugh Laurie, el célebre doctor House, la serie televisiva. Se trata de una novela negra que aborda con bastante éxito algunas de las claves del género. Sin entrar en la originalidad o en su trascendencia, es una novela que se lee con agilidad y que tiene sus momentos interesantes. Se le puede dar una oportunidad.
El segundo título escogido es Eskoria, de Alfredo Gómez Cerdá, una novela sobre acoso juvenil que anticipaba con bastante tino algunos temas que habrían de venir multiplicados en años venideros: acoso, intentos de suicidio... La novela es ágil y creo que sigue siendo válida para niveles de 2/3 ESO actuales. En aquellos años, recuerdo que la recomendaba bastante y que incluso algún alumno la reseñó en el blog de aula. Ahí queda, por si a alguien le resulta útil.
P.D: Acabo de ver que esta es la nota número 800 del blog, así que parece que tengo motivos para un poco de fiesta y alboroto. Descorcharé algún libro para celebrarlo ;-)
Por eso, cuando hace poco se pusieron de nuevo en contacto conmigo para una mesa debate sobre evaluación, en un ciclo denominado La educación en la encrucijada, no tuve dudas y acepté encantado. Estas charlas se organizan en colaboración con el Capítulo Español del Club de Roma, y tienen lugar en la propia sede de la ILE, en un entorno histórico singular, la reformada casa en la que, en 1884, Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío instalaron la sede de la Institución Libre de Enseñanza, una quinta ajardinada en las entonces afueras de Madrid, y hoy en pleno paseo del General Martínez Campos.
En la mesa debate, que llevaba por título Evaluar el aprendizaje, medir el rendimiento, moderada por Luis Lizasoain (Universidad del País Vasco), participé junto con Analía Leite, profesora de la Facultad de Educación de la Universidad de Málaga. Tras la presentación del vicepresidente del Club de Roma y de Luis Lizasoain, los ponentes resumimos en unos quince minutos nuestras reflexiones sobre la evaluación y el aprendizaje, para dar paso posteriormente a un coloquio en el que se respondían las preguntas del público presencial y online. Aquí podéis ver el vídeo del encuentro:
Debo agradecer a los organizadores la oportunidad de darnos voz a un centro público de Secundaria y también el trato cordial y amable, tanto del Capítulo del Club de Roma como de la Institución Libre de Enseñanza, con especial mención a Carlos Wert y Celia Armenteras, que me dieron ocasión de alojarme en la Residencia de Estudiantes y cumplir así con el sueño de cualquier filólogo o enamorado de la Generación del 27.
Mi regalo de cumpleaños en marzo de 2007 fue un libro que me ayudó bastante a situarme en mi mundo profesional. Ese libro es El profesor, de Frank McCourt, y protagoniza en exclusiva y con honores esta sesquidécada.
Os dejo a continuación algunos fragmentos destacados.
Las universidades puedes dar la clase leyendo sus apuntes viejos y manoseados. En los institutos públicos de secundaria jamás podrías hacerlo así. Los adolescentes estadounidenses son expertos en los trucos de los profesores y, si intentas embaucarlos, te paran los pies. (...) Hacer frente a docenas de adolescentes todos los días te hace poner los pies en la tierra. A las ocho de la mañana a ellos les da igual cómo te sientas. Piensas en el día que tienes por delante: cinco clases, hasta 175 adolescentes americanos, volubles, hambrientos, enamorados, angustiados, excitados, enérgicos, desafiantes. No hay escapatoria. Estan allí, y tú estás aquí, con tu dolor de cabeza, tu indigestión, con ecos de la discusión que has tenido con tu cónyuge, con tu amante, con tu casero, con tu hijo insoportable que quiere ser Elvis, que no agradece nada lo que haces por él. Anoche no pudiste dormir. (...) Si levantas la voz o les hablas en tono cortante, los pierdes. Así es como les tratan en general sus padres y los centros educativos, alzándoles la voz y en tono cortante. Si ellos contraatacan con la ley del silencio, estás acabado en el aula.
El Departamento de Lengua Inglesa se reunía en un aula todos los meses de junio para leer, evaluar, calificar el examen final del estado de Nueva York en lengua inglesa. Apenas la mitad de los estudiantes lo aprobaban. A la otra mitad había que ayudarlos. Intentábamos hinchar las notas de los suspendidos desde los cincuenta y tantos puntos sobre cien hasta los 65 que se exigían para aprobar.
Llevo 10 años ejerciendo la enseñanza tengo 38 años y si debiera valorarme a mí mismo diría: estás dando de ti lo que puedes. Hay profesores que enseñan y les importa un pedo de violinista lo que piensan de ellos sus alumnos. El temario es rey. Estos profesores son poderosos. Dominan sus aulas con una personalidad respaldada por la gran amenaza la del bolígrafo rojo que escribe en el boletín de notas el temido suspenso. Lo que dan a entender a sus alumnos es: “soy vuestro profesor, no vuestro orientador, ni vuestro confidente, ni vuestro padre. Enseño una asignatura: la tomáis o la dejáis”
Descubre qué es lo que te gusta y céntrate en ello. A eso se reduce todo. Reconozco que no siempre me gustó enseñar. Estaba perdido. En el aula estás solo, un hombre o mujer, ante cinco clases todos los días, cinco clases de adolescentes. Una unidad de energía contra 175 unidades de energía, contra 175 bombas de relojería. Y tienes que buscarte modos de salvar la vida. Puede que te aprecien, incluso que te quieran, pero son jóvenes y los jóvenes tienen el deber de expulsar del planeta a los viejos. Sé que estoy exagerando, pero es como cuando sube un boxeador al ring o como cuando sale un torero al ruedo. Pueden dejarte KO o darte una cornada, y allí acabará tu carrera profesional en la enseñanza. Pero si aguantas, aprendes los trucos. Es difícil, pero tienes que ponerte cómodo en el aula. Tienes que ser egoísta. Las líneas aéreas te dicen que, si falta oxígeno, lo primero que debes hacer es ponerte tu mascarilla, aunque tú instinto te mueva a salvar primero al niño.
Quizá si has ido viendo la evolución poco a poco no sepas a qué me refiero, pero si han pasado unos años y vuelves a aquel patio que fue el tuyo durante la infancia, sabrás que esa sensación está ahí: ¿cómo puede ser esto mi patio? ¿dónde están aquellos árboles, aquel bosque? ¿qué ha pasado con las pistas para correr? ¿y todos los escondites, las fuentes, los estanques, los recovecos, las escalas…?
Es posible que muchas de esas cosas hayan desaparecido sepultadas por el hormigón y las pistas deportivas que hoy lo colonizan casi todo, pero hay otras explicaciones. Lo que tú recuerdas como un bosque quizá no eran más que dos o tres árboles en un rincón, con raíces y tierra para jugar debajo de ellos. Las pistas para correr que parecían inconmensurables solo lo eran para los ojos de aquellos niños diminutos que consideraban los cien metros como media maratón. Lo mismo ocurre con los escondites y recovecos, que son simples esquinas y chaflanes para la mirada adulta. Los estanques son charcos bajo la fuente y las escalas apenas un tramo de escalones para salvar el mínimo desnivel.
Y al mirar por la valla (¡cómo puede ser tan baja la valla si la recordabas infranqueable!), te ves corriendo por ese patio ahora minúsculo y no entiendes cómo pudieron urdirse en tan nimio lugar tantas historias de persecuciones policiales, de aventuras piratas, de exploraciones africanas… No entiendes cómo junto a la fuente, en el rincón de los árboles (solo ha quedado uno vivo tras la inundación de cemento), podían existir arenas movedizas que se tragaban a tus amigos si no los conseguías salvar a tiempo. No entiendes cómo darle la vuelta al colegio por los pasajes y recovecos se planeaba como una gesta de dimensiones épicas, como el viaje de Ulises a Troya. Tal vez ese dolor minúsculo pero persistente sea simplemente eso, la punzante nostalgia de una Ítaca perdida para siempre.
Febrero de 2007 tiene registradas lecturas del club de la comedia (los monólogos estaban de moda y hubo varias recopilaciones), una singular novela policíaca de Millás (Papel mojado), y las obras que voy a reseñar a continuación. No es un mes de muchas lecturas, pero creo que fueron todas bastante interesantes.
Carlos Ruiz Zafón había cosechado un éxito notable con La sombra del viento, lo que le vino muy bien para relanzar su carrera como escritor de literatura juvenil (incluso algunas de estas novelas se vendieron más tarde orientadas al público adulto). En aquel momento leí dos de sus novelas juveniles más conocidas: El príncipe de la niebla y El palacio de la medianoche. Ambas novelas tienen ingredientes similares, protagonistas jóvenes, secretos, lugares misteriosos, terror, intriga, oscuridad... La primera se sitúa en una ciudad costera, mientras la segunda se ubica en Calcuta. Son novelas muy bien configuradas para enganchar a los lectores jóvenes y creo que siguen siendo una buena referencia para las lecturas de Secundaria, por ejemplo 3º de ESO. En la misma línea se encuentran otras obras del autor como Luces de septiembre o Marina, también recomendables. Lamentablemente, Carlos Ruiz Zafón falleció hace poco más de un año, dejándonos huérfanos de otras obras igual de interesantes.
Y hablando de recursividad y de círculos que se cierran, las lecturas siempre nos brindan ocasión para casualidades y reencuentros, como algunos de los que aparecerán este mes de enero de 2007. La primera lectura y coincidencia tiene que ver con Estambul. En 2006 le concedieron el Nobel a Orhan Pamuk y de ahí surgió un interés generalizado por este autor. En agosto ya había leído Me llamo Rojo, como he comentado aquí, y eso me animó a pedir para Reyes una nueva obra suya, en este caso Estambul. Es una novela autobiográfica con aromas de diario, pero también de cuaderno de viaje. Es un libro sugerente y cautivador que abre las ganas de visitar la ciudad y empaparse en su cultura y tradición. La manera de escribir de Pamuk, tan particular y esmerada, es un buen aliciente para dejarse llevar por los sentidos y por las memorias revividas del autor. Hablaba de coincidencia porque el primer libro de este año 2022 ha sido El viaje a Oriente de Flaubert, de mi compañero de claustro Fernando Peña, un ensayo sobre los cuadernos de viaje del escritor francés en su periplo por Egipto, Asia Menor, Turquía y Grecia. Precisamente una de las etapas es Estambul, y resulta curioso poder comparar la visión del forastero europeo de mediados del XIX con la del nativo del siglo XXI, en qué coinciden, en qué difieren. Un buen juego para empezar el año.
El segundo encuentro azaroso viene de Irlanda. El último libro que leí en 2021 fue de una autora irlandesa, Maggie O'Farrell, y el primero que leí en 2007 fue de otro irlandés, Flann O'Brien. El tercer policía fue la primera novela que conocí de este extraño escritor. Después llegarían otras tan curiosas y desconcertantes como esta. No es posible reseñar El tercer policía sin destripar algo de su contenido. Es una novela negra, pero no lo es. Su estilo es más de autores como Bioy Casares o Gómez de la Serna, pero con el humor de Wilde o el surrealismo de Carroll. Es una novela solo para lectores incondicionales, que abre el camino a otras joyas como las Crónicas de Dalkey o La boca pobre. Auténtica delicatessen lectora.
Por último, hace unas semanas fallecía Verónica Forqué y, al abrir mi diario de lecturas, me encuentro con Bajarse al moro, la obra teatral de José Luis Alonso de Santos, cuya versión cinematográfica protagonizó la actriz hace mil años, cuando éramos jóvenes y aún creíamos en los Reyes Magos y en que era posible escapar de la comodidad burguesa. Releí entonces Bajarse al moro para usarla en el aula de 4º ESO, pero ya vi que a mis alumnos de 2007 les resultaban ajenos el humor, la ironía y las vivencias de los jóvenes de 1985, así que no volví a llevarla al aula, aunque sí la mantengo en las recomendaciones lectoras voluntarias. Personalmente, me parece una obra deliciosa, con un humor elegante y una crítica social tan sutil como demoledora. Por otro lado, la adaptación cinematográfica es un complemento muy atractivo para abordar las intertextualidades. Ahora, a casi 40 años de distancia, es todo historia. Unos clásicos de su género.