El otoño de 2006 comenzó con lecturas juveniles, probablemente como material para recomendar en clase, en una época en la que mi planteamiento de las lecturas era ofrecer un abanico abierto para que eligiesen ellos. De aquellos títulos, para esta sesquidécada, solo voy a rescatar uno, La última campanada, de Alfredo Gómez Cerdá, un título que creo que puede funcionar todavía bastante bien, porque contiene los ingredientes que les atraen: misterio, intriga, buen ritmo narrativo y personajes cercanos. Además, el autor es ya un clásico de la literatura juvenil y vale la pena tenerlo en ese canon de referentes para la animación lectora.
El otro autor que rescato hoy os va a sonar más, porque está de "rabiosa actualidad". Se trata de Mario Vargas Llosa. Es un autor del que solo he leído tres novelas: La ciudad y los perros, Pantaleón y las visitadoras, y Travesuras de la niña mala, la obra que leí en octubre de 2006. A mi profesora de literatura hispanoamericana, este autor no le gustaba, tal vez por su faceta política. Aun así, me he acercado a su obra y me han gustado esas tres novelas y probablemente siga leyendo alguna más en el futuro, porque creo que hay que separar la política (y la vida) de la literatura. Por eso, Travesuras de la niña mala es una novela de la que guardo muy buen recuerdo, bien escrita, bien ambientada, bien armada. Es una novela cosmopolita e intimista a la vez, erótica y política, triste y alegre, una novela como la vida misma. No sé cómo la leería hoy, con la distancia de los años, con un mundo tan cambiado, pero ya digo que la literatura debería ser intemporal y sobrevivir a los vaivenes de unos tiempos tan agitados. ¡Abajo Vargas Llosa, vivan sus novelas!