Hay novelas generacionales que se convierten en un espejo en el que mirarnos, un espejo que nos devuelve nuestros goces, pero a veces también nuestras miserias, como a Dorian Gray. Son esas novelas en las que unos muchachos se bañan en el Jarama hasta que ocurre una desgracia, novelas en las que chavales puestos hasta las orejas de coca se balancean en un puente de la M30, relatos con sabor a Nocilla… No sé si la última novela de
Nando López acabará también convertida en una obra generacional, en ese tótem ante el cual los críticos literarios ofrendarán sus glorias a los nuevos narradores de este siglo tan complejo. Si llegase a ocurrir, habríamos certificado esa opinión que sitúa a las jóvenes promesas más cerca de los cuarenta años que de los veinte. Habríamos certificado que hace falta salir de casa para vivir y para escribir, y que eso está ocurriendo a unas edades tardías. A Nando López no parece preocuparle esto, tiene vida más que de sobra para regalarnos novelas que no nos acabaríamos ni en el confinamiento más severo. Porque Nando es un contador de vidas propias y ajenas, un narrador que entrelaza sus vivencias con las mil y una historias que se cruzan con la suya. Nando es una persona que escucha más que habla, lo que le permite atesorar anécdotas y relatos, pero, especialmente, esa escucha atenta le permite construir unos diálogos verosímiles, sinceros, vivos. Si Nando López retrocediese a la Edad Media sería uno de esos juglares que todo señor querría tener a nómina en su castillo. Por suerte para sus contemporáneos, desde muy pronto tuvo claro que su oficio era escribir historias; para mayor satisfacción, ha sido docente y fanático del teatro, sin contar su curiosidad insaciable por todo lo que pasa en la vida real y en las redes sociales, lo que acaba por convertirlo en una especie de hombre total del Renacimiento.
Hasta nunca, Peter Pan sí que es para mí una novela generacional, a pesar de que soy ligeramente mayor que sus protagonistas. Hay mucho en ella que no se corresponde con lo que he vivido, pero me reconozco en muchos diálogos, en muchas reflexiones, en ese escenario actual tan complejo de entender. He visto de cerca las dudas de sus personajes, la angustia de tomar decisiones que tienen toda la pinta de ser equivocadas desde el principio, el dolor de las injusticias, el falso consuelo de una nostalgia más social que sentimental. Esta novela nos lanza a la encrucijada de un tiempo en el que las expectativas se convirtieron en condenas, un tiempo en el que el mayor miedo es la exposición impúdica del fracaso como síntoma de nuestras malas decisiones. Esos personajes se convierten así en títeres de una tragedia moderna en la que los dioses son la generación anterior, la que depositó en ellos sueños que no podían cumplir, como en una versión actual de la caja de Pandora. Una especie de maldición que se perpetúa además en la generación siguiente, víctima de los errores y horrores propios y de los heredados, una maldición que los convierte en versiones de Peter Pan atrapados en el tiempo.
Pero, a pesar de los magníficos diálogos y de la potencia de sus personajes, nada de esto sería reseñable si Nando López no hubiese montado la trama sobre un artificio, entre barroco y vanguardista, que hace encajar narradores interpuestos en diversos niveles, obligando al lector a mover las piezas de un cubo de Rubik dramático para entender quién se esconde tras cada una de las máscaras. Máscaras que son las que ocultan los deseos y los miedos de cada personaje y que acaban siendo también las del lector. El narrador principal es más que el Cide Hamete Benengeli del Quijote, más que el narrador del juego de muñecas rusas del Manuscrito encontrado en Zaragoza, más que Unamuno en su nivola… es un demiurgo que opera a la vez como narrador, como director de escena, como guionista, como técnico de sonido o DJ, como dramaturgo, como cineasta... como Nando López. No es sencillo mover tantos hilos a la vez sin que se enreden los títeres, pero lo ha conseguido con gran destreza, hilvanando una lectura ágil de la que es difícil escapar. Nando López nos ha vuelto a regalar una novela grandiosa que sonará en nuestro recuerdo lector como sonaba el Dúo Dinámico en el recuerdo de nuestros padres. Una novela que a nosotros mismos, amigos de Peter, nos hará soñar con regresar un buen día a unos años en los que nos mirábamos en ese espejo que nos devolvía la música de Los Planetas, sin rastro alguno de Dorian Gray.