"Todos nos hemos considerado mejores, mejores que los demás, y lo que es aún peor, hemos excluido de nuestro grupo a todos aquellos que no pensaban igual. Les hemos hecho daño". (La ola, 2008)
Aquel
instituto tenía un proyecto educativo con un enfoque muy
democrático, respetuoso con la multiculturalidad, laico,
plurilingüe y todos esos valores que nos hacen tolerantes con los
demás.
La
mayor parte de los miembros de la comunidad educativa se
consideraban representados por esos valores del siglo XXI que los
alejaban de épocas pasadas en las que predominaba la segregación,
el machismo, la discriminación o la desigualdad.
Sin
embargo, a aquel proyecto educativo le faltaba algo, le faltaban
recursos para garantizar todos esos valores que los sustentaban.
Por ejemplo, había estudiantes que, por diversos motivos, no
cumplían con las normas de convivencia. Había estudiantes que no
tenían recursos materiales para desempeñar su labor en
condiciones. Había quienes, incluso, renegaban de esos principios
compartidos por la mayoría y se dedicaban a poner trabas en la
vida del centro.
En
aquel instituto, cuando las cosas empezaron a torcerse, hubo voces
que se alzaron para protestar y en los claustros era frecuente oír
este tipo de discusiones:
-Tenemos
un proyecto compartido y unas normas. Hay que cumplirlas.
-Eso,
hay que hacer algo con quienes no aceptan la convivencia.
-Pero
no tenemos recursos para atender a los que incumplen las normas…
-Pues,
entonces, habrá que echarlos.
-Eso,
echarlos es la única solución.
-Pero
nuestro proyecto habla de respeto, de educación, de diversidad…
Tal vez deberíamos hacer un esfuerzo por integrar a través de la
educación.
-Es
cierto, algunos estudiantes no encajan porque no tienen apoyo
familiar o porque no tienen recursos en sus casas para valorar
debidamente lo que les ofrece este instituto.
-De
eso nada, si no son capaces de integrarse, que se marchen a otro
centro o a su casa.
Y así pasaban
el tiempo debatiendo, mientras en las aulas, en los pasillos, la
convivencia era cada vez más compleja. Curiosamente, nadie había
pensado que los problemas de convivencia se resuelven garantizando
recursos para la convivencia, no con castigos ni con debates
educativos. Pero al final, los que viven inmersos en el conflicto
acaban pensando que solo se solucionan los problemas haciendo
desaparecer al que piensa diferente, al que vive de manera
diferente, al que tiene un color, orientación sexual o religión
diferente. Y en silencio o a gritos, a pesar de sentirse
orgullosos de su proyecto democrático y multicultural, se suman
al creciente coro: “echarlos es la única solución”.
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Aquel
país tenía una constitución con un enfoque muy democrático,
respetuoso con la multiculturalidad, laico, plurilingüe y todos
esos valores que nos hacen tolerantes con los demás.
La
mayor parte de los ciudadanos se consideraban representados por
esos valores del siglo XXI que los alejaban de épocas pasadas en
las que predominaba la segregación, el machismo, la
discriminación o la desigualdad.
Sin
embargo, a aquella constitución le faltaba algo, le faltaban
recursos para garantizar todos esos valores que la sustentaban.
Por ejemplo, había ciudadanos que, por diversos motivos, no
cumplían con las normas de convivencia. Había trabajadores que no
tenían recursos materiales para desempeñar su labor en
condiciones. Había quienes, incluso, renegaban de esos principios
compartidos por la mayoría y se dedicaban a poner trabas en la
vida del país.
En
aquel país, cuando las cosas empezaron a torcerse, hubo voces que
se alzaron para protestar y en los debates parlamentarios era
frecuente oír este tipo de discusiones:
-Tenemos
un proyecto compartido y unas normas. Hay que cumplirlas.
-Eso,
hay que hacer algo con quienes no aceptan la convivencia.
-Pero
no tenemos recursos para atender a los que incumplen las normas…
-Pues,
entonces, habrá que echarlos.
-Eso,
echarlos es la única solución.
-Pero
nuestra constitución habla de respeto, de educación, de
diversidad… Tal vez deberíamos hacer un esfuerzo por integrar a
través de la educación.
-Es
cierto, algunos ciudadanos no encajan porque no tienen apoyo
social o porque no tienen recursos en sus ciudades para valorar
debidamente lo que les ofrece este país.
-De
eso nada, si no son capaces de integrarse, que se marchen a otro
sitio o a su país.
Y
así pasaban el tiempo debatiendo, mientras en los centros de
trabajo, en las calles, la convivencia era cada vez más compleja.
Curiosamente, nadie había pensado que los problemas de
convivencia se resuelven garantizando recursos para la
convivencia, no con castigos ni con debates parlamentarios. Pero
al final, los que viven inmersos en el conflicto acaban pensando
que solo se solucionan los problemas haciendo desaparecer al que
piensa diferente, al que vive de manera diferente, al que tiene un
color, orientación sexual o religión diferente. Y en silencio o
a gritos, a pesar de sentirse orgullosos de su proyecto
democrático y multicultural, se suman al creciente coro:
“echarlos es la única solución”.
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Crédito de la imagen: Crítica de "La ola"
Boníssim, Toni, moltes gràcies per compartir!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSupongo e intuyo que hay en estos textos unas alusiones políticas demoledoras a la situación en vuestro instituto y, por extensión, a nuestro país con las nuevas opciones políticas que han aparecido. Pienso que es un juego de suma cero, si acentúas la inclusividad aparecen turbulencias que propician los autoritarismos; si acentúas la exclusividad aparece la reacción contraria como contrapunto. Todo tiene su precio y sus consecuencias en un instituto y en país.
ResponderEliminarPor ejemplo, un PFI o un PQPI. Comienzan dieciséis alumnos de los cuales cuatro o cinco impiden dar clase, favorecen enfrentamientos continuos con el profesorado, trafican con drogas, son absentistas, acosan a otros alumnos más débiles que dejan de venir por miedo. ¿Qué hacer? ¿Aplicar la normativa y terminar expulsando a esos cuatro o cinco para lograr salvar a los once o doce restantes? ¿O no y dejar que el curso fracase por la conflictividad constante en el aula, el tráfico de drogas -con la presencia de alumnos emporrados ya de buenas horas en la mañana-?
Sin duda es un buen debate.
Roser: Gràcies a tu per compartir i comentar ;)
ResponderEliminarJoselu: Me ha encantado tu comentario, porque has puesto voz a lo que pensamos en muchas ocasiones y a lo que nos tortura casi a diario. Sabemos que una expulsión es siempre un fracaso de todos, pero nos vemos forzados a ello para "salvar" al resto. Es una impotencia terrible y a veces dolorosa, porque es el principio de un camino sin retorno hacia el fracaso o el abandono. ¿Alternativas? Soy optimista por un lado y pienso que algún día habrá equipos de educadores sociales en los centros, con recursos para atender a esos alumnos que no saben o no pueden convivir con el resto respetando normas básicas, pero, por otro, soy pesimista y creo que no habrá ni voluntad ni dotación económica para que eso ocurra. Gracias de nuevo por pasar por esta tu casa.
Hola,buenas tardes Toni:
ResponderEliminarHola, investigando sobre autoformación, encontre tu blog
muy interesante el texto, y deja buenos aportes para pensarse la educación desde otros enfoques. Por si algún día quiere pasar a leerme:
https://laeducacioncotidiana.blogspot.com/
Le deseo buenas tardes, un saludo desde Colombia.
Andrés Felipe Pérez Velasco