Noviembre de 2002 me pilló lejos de casa, casi enclaustrado en una habitación de piso compartido de estudiantes, pero con edad impropia de ello. En aquella especie de retiro espiritual, me acompañaron, entre otros, el fino humor surrealista de Cortázar y sus Historias de Cronopios y Famas, y la austera Consolación de la filosofía de Boecio. Sin embargo, quiero destacar para esta sesquidécada no a esos grandes maestros, sino una obra de un autor no tan conocido, que vuelve 15 años después para aterrizar de nuevo en mi vida y mi aula. Se trata de La visita del inspector, de J.B. Priestley (también traducida como El inspector llama o Ha llegado un inspector), una obra de teatro con unos giros dramáticos muy interesantes y con un trasfondo social también importante. Es complicado hablar de ella sin desvelar la trama, así que os animo a que la leáis, ya que creo que puede dar juego en clase. Por eso la voy a recuperar este trimestre para mi grupo de 4º de ESO, con la intención de remover un poco las conciencias.
Y ya sabéis, si os toca algún día el destierro en soledad, entregaos sin mesura a la compañía de los clásicos, que siempre animan y consuelan a partes iguales.
1 comentario:
Prefiero las sesquidécadas más largas, jeje. Ya nos contarás en alguna ocasión qué tal tu experiencia con Boecio
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