Todos los comienzos de año traen consigo un montón de buenas intenciones que suelen quedar en nada. Para eso se inventaron las colecciones de quiosco, para que, al menos, supiéramos de antemano que perdíamos el tiempo en algo inútil. En este sentido, he decidido empezar una de esas colecciones inútiles que pienso ir publicando en el blog mientras me duren las ganas y no haya algaradas entre los visitantes. Se trata de recuperar algunas de mis lecturas de hace quince años...
Lo que empezó como uno de esos propósitos de año nuevo lleva cumplidos ocho años, y va ya camino del noveno. Dentro del ecosistema del blog, las sesquidécadas son los textos de menor audiencia, se podría decir incluso que son pequeñas exquisiteces que escapan del ruido de las aulas y de las reflexiones más orientadas a la educación. Suponen para mí, como lector, como filólogo y como profesor, una antología de recuerdos literarios y de impresiones muy subjetivas sobre lecturas diversas, algunas veces con obras de amplio espectro y otras con escritos casi marginales. Son también una exigencia de continuidad en la escritura digital, sobre todo ahora que el tiempo se me está convirtiendo en un bien aún más preciado. Por eso, aunque las sesquidécadas sean las hermanitas pobres del blog, mientras el cuerpo aguante, seguirán formando parte de este saloncito virtual que comparto con vosotros.
Enero de 2002 llegó acompañado de prodigios. Como ya avancé hace unos meses, mi tesis inconclusa se orientaba al mundo de los sucesos extraordinarios, lo que me proporcionó innumerables lecturas de monstruos y prodigios medievales y renacentistas. Tuve ocasión de rebuscar en bibliotecas y catálogos y familiarizarme con los investigadores más curiosos de estos márgenes de la literatura. Sin duda, el más destacado de ellos es Bartolomé José Gallardo, autor del Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos, una obra de referencia para viajar por el mundo de la subliteratura. Este catálogo, que fui consultando durante meses en la biblioteca de la Facultad de Filología de la Universitat de València, me abrió las puertas a libros muy interesantes, como el Bestiario, de Dioscòrides, o el Libro de los prodigios, de Julio Obsecuente, dos de las obras que leí aquel enero de 2002. Quizá me anime más adelante a publicar un breve artículo sobre Gallardo, otro de esos muchos olvidados de nuestra historia.
En segundo lugar, voy a destacar una obra de Juan José Millás, ilustrada por Forges, que seguro conocéis: Números pares, impares e idiotas. Es un delicioso librito que merece la pena leer, por su sentido del humor y también por el trasfondo ético de algunos de sus microrrelatos, pues se trata de eso, de pequeñas historias que tienen como protagonistas a los números. Recientemente, esta obra se ha incluido en los catálogos de lecturas juveniles y creo que es una buena idea para llevar al aula, salvando así la brecha entre ciencias y letras, como ya expliqué en otra ocasión en el estupendo blog de los Tres Tizas.
Por último, con gran pena por dejar fuera de esta sesquidécada el Cándido de Voltaire, voy a recomendar la lectura de una excelente novela del siglo XIX: La dama de blanco, de Wilkie Collins. Es una de esas novelas de época, con el ambiente británico de las obras de Dickens, que bajo la forma epistolar va desarrollando una intriga detectivesca que sumerge al lector en el placer de la lectura de calidad, de la lectura sin prisas. Si os engancháis al autor, también merece la pena leer La piedra lunar. Espero que tengáis tiempo este año para leer sin prisas y, sobre todo, para disfrutar de ello.
Pues tendrán menos audiencia en general pero seguro que lectores fieles, entre los que me encuentro, así que espero que no dejes de publicar las sesquidécadas.
ResponderEliminarRespecto al tema ciencias - letras en lecturas, según la ley todos los departamentos deberían recomendar libros y existen blogs temáticos de lecturas matemáticas en la línea de este título que apuntas, quizá deberían promocionarse más
La dama de blanco me encantó, la sotana negra fue una decepción, habrá que probar la piedra lunar. En todo caso siempre va bien hay que rescatar clásicos de manera periódica, de todos los siglos.
Toni, yo me encuentro entre las sesquiadictas, aunque no alcance a comentar siempre. Cada vez que las leo compruebo que nuestro viaje lector converge en algunos libros, pero también se aleja en otros.
ResponderEliminarLeía a Wilkie Collins cuando trabajé en Cataluña, mientras iba en tren de Barcelona a Vic y me encantaba. Me lo has recordado :)Me alegro de que tengas intención de no abandonar las Sesquidécadas. Llevo tiempo dándole vueltas a la idea de realizar Tertulias Literarias periódicas y virtuales con aquellos compas de la red que estén interesados. Creo que sería una buena experiencia, sin demasiada exigencia, una vez cada 2 meses, algo así como un club de lectura virtual. Me encantaría, con Lu, Evaristo, tú... y todo aquel que quisiera ;)
ResponderEliminarEduideas: Gracias por ser uno de esos lectores fieles y abnegados.
ResponderEliminarLu: Leer es siempre compartir y poder coincidir en algún punto de ese camino. Gracias también por seguir visitando el blog.
Mª José: Wilkie Collins, Dickens, Galdós... son lecturas de largo recorrido, de sentarte en el tren y dejar que pasen el tiempo y los kilómetros. Buena idea lo de las Tertulias, aunque ahora dispongo de poco tiempo para ello. Lo hablaremos.