De las mareas lectoras del lejano noviembre de 2001 voy a rescatar únicamente dos libros. Dejo para otra ocasión a Gabriel Miró, cuya prosa preciosista me reservo para un tiempo menos frenético y apresurado.
La primera de mis reseñas recupera una novela que no siempre ha sido suficientemente valorada. Se trata de Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, uno de esos clásicos juveniles que no lo son, en la línea de El principito, Pinocho, Robinson Crusoe o Platero y yo. Como ocurre a menudo, estos libros acaban siendo catalogados como novelas juveniles, despojándolos de la potente carga literaria, filosófica, política y moral con que fueron escritos. No creo que necesitéis saber mucho de las aventuras de Gulliver, porque sus pormenores son bastante conocidos, pero, si no os habéis acercado al original, os estáis perdiendo una sátira política de primer orden, con una ironía que provoca más de una risa y con una llamada velada a la rebelión en más de una ocasión. En la novela aparece la corrupción política, la ambición humana, el sometimiento de los débiles al poder arbitrario... nada que ver con un cuento infantil. Desde luego, para mí fue todo un descubrimiento y una sorpresa. Con el panorama actual, seguro que merece la pena releerlo para que sus críticas cobren nuevo valor.
La segunda lectura es el Ensayo sobre la Literatura de Cordel, de Julio Caro Baroja. Es una obra de referencia para el estudio de lo que llamamos paraliteratura o subliteratura, esos textos que están en los márgenes de la literatura canónica y que, en alguna ocasión, han dado lugar a géneros propios como el folletín, la fotonovela o el cómic. Mi interés por los pliegos de cordel venía del estudio de las relaciones de sucesos de los siglos de oro, sobre las que ya había hecho algún trabajo. Me propuse encaminar mi tesis hacia ese ámbito, después de haber abandonado el intento inicial sobre la Academia de los Nocturnos. El propósito de aquella tesis era indagar en las conexiones entre la literatura fantástica y las relaciones de sucesos, más o menos históricos o legendarios, que acababan convirtiéndose en hechos milagrosos o extraordinarios. En esta línea, la obra de Caro Baroja, desde el ámbito de la etnología, resultaba fundamental y creo que aún hoy sigue siéndolo. Incluso para un lector no especialista, este ensayo es muy entretenido y ameno, con numerosos ejemplos de una literatura que ha pasado a la historia sin pena ni gloria, precisamente por su carácter efímero y popular. Mi acercamiento a los pliegos de cordel iría dando interesantes resultados a lo largo de un tiempo, y este campo nutriría mi cantera de lecturas hasta hoy día. La tesis quedó aparcada, pero de aquellas lecturas siempre guardaré un buen recuerdo que espero seguir compartiendo en próximas sesquidécadas.
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