Este vídeo es el producto de una de esas casualidades gozosas del oficio. A principios del verano, José Luis Liarte me propuso participar en unas jornadas sobre evaluación que se realizarían en la Universitat Jaume I en septiembre. Me animó a que escribiese un guion para un entremés cómico y en un par de semanas preparé el texto y se lo hicimos llegar a Joan Collado y Elena Baviera, profes del IES Berenguer Dalmau de Catarroja. Joan, como buen artista de teatro, adaptó el texto pensando en su alumnado y, en los primeros días de este curso, puso en marcha los ensayos y la grabación de esta Farsa de la evaluación. Así pues, han sido ellos y no yo los verdaderos artífices de esta obrita.
Según el diccionario de la RAE, una farsa es una "obra de teatro cómica, generalmente breve y de carácter satírico". Si habéis visto el vídeo que encabeza esta nota, quizá esa definición sea la primera que os venga a la cabeza. Sin embargo, si sois docentes, tal vez hayáis pensado también en la segunda acepción: "Acción realizada para fingir o aparentar". No sé en vuestras sesiones de evaluación cuánto hay de fingimiento, aunque es cierto que muchas de ellas se convierten en auténticos sainetes en los que los actores acaban entre risas y llantos.
He escrito en alguna ocasión sobre la dificultad de evaluar y sobre las contradicciones que genera el trabajar por competencias mientras se sigue evaluando estrictamente la memorización de contenidos. En esas jornadas llegué a plantear incluso lo que llamo la "deslocalización" de la evaluación, es decir, desplazar la mayor parte de la evaluación hacia el propio alumnado, haciendo explícitos los criterios de evaluación antes de cada tarea y tratando de que ellos mismos orienten su desarrollo para cumplir con la mayor exigencia posible con esos criterios. De ese modo, el docente "sólo" tendría que supervisar esos procesos y hacerse cargo de la calificación.
Sin embargo, frente a esa complejidad del acto de evaluar, las sesiones de evaluación siguen siendo más parecidas a la mencionada farsa que a una reunión en la que se cuestionan y replantean métodos y estrategias de aprendizaje. El acto formal de las sesiones de evaluación es meramente sancionador y burocrático, con poco margen para la corrección de errores. Algunas veces funciona más como terapia de grupo para docentes que como elemento pedagógico. Es cierto que esas sesiones constituyen uno de los pocos momentos en los que se reúne el equipo docente, pero las prisas con las que se abordan impiden que esa interacción sea productiva. Si tenéis dudas de ello, ahí está también el bingo de la evaluación, esa viñeta satírica de Xavier Àgueda, con la que tantos os sentiréis identificados.
En ocasiones me he preguntado qué se podría hacer para que las sesiones de evaluación fueran más eficaces. En Secundaria creo que hay poco margen para la mejora. Me gustaría que hubiese posibilidad de cambiar alumnos de grupo, si las relaciones entre ellos no favorecen el aprendizaje; retocar desdobles, sobre todo si no están funcionando como medida de atención a la diversidad; modificar horarios, si se comprueba que atentan contra la lógica del aprendizaje. Como podéis comprobar, son medidas que resulta difícil llevar a la práctica bajo el modelo de un centro de secundaria, donde la organización suele ser un rompecabezas cuyas piezas no pueden moverse una vez montado. También me gustaría que fuésemos honestos, reflexivos y autocríticos hasta el punto de admitir que no es normal que todos los alumnos de un grupo sean excelentes, que ninguno de los alumnos de un grupo merece aprobar, que no podemos deshacernos de los alumnos con dificultades, que no toda la culpa de que el alumnado no aprenda es exclusivamente suya y de su familia. Me gustaría oír en las sesiones de evaluación que los profes proponen alternativas metodológicas y que otros las escuchan y las aceptan o, al menos, no se burlan de ellas. Me gustaría que las sesiones de evaluación acabasen con la sensación positiva de pensar que el próximo trimestre van a mejorar los resultados, que no se van a esgrimir como excusa ante el fracaso ninguno de esos mantras del bingo de la evaluación, porque, por mucho que queramos ocultarlo, en ese fracaso también nosotros tenemos nuestra ración de culpa. Es esa parte de culpa la que puede conducirnos a la última acepción de la palabra farsa, la que convierte la sesión de evaluación en una "obra dramática desarreglada, chabacana y grotesca". Ojalá no sea así.
He escrito en alguna ocasión sobre la dificultad de evaluar y sobre las contradicciones que genera el trabajar por competencias mientras se sigue evaluando estrictamente la memorización de contenidos. En esas jornadas llegué a plantear incluso lo que llamo la "deslocalización" de la evaluación, es decir, desplazar la mayor parte de la evaluación hacia el propio alumnado, haciendo explícitos los criterios de evaluación antes de cada tarea y tratando de que ellos mismos orienten su desarrollo para cumplir con la mayor exigencia posible con esos criterios. De ese modo, el docente "sólo" tendría que supervisar esos procesos y hacerse cargo de la calificación.
Sin embargo, frente a esa complejidad del acto de evaluar, las sesiones de evaluación siguen siendo más parecidas a la mencionada farsa que a una reunión en la que se cuestionan y replantean métodos y estrategias de aprendizaje. El acto formal de las sesiones de evaluación es meramente sancionador y burocrático, con poco margen para la corrección de errores. Algunas veces funciona más como terapia de grupo para docentes que como elemento pedagógico. Es cierto que esas sesiones constituyen uno de los pocos momentos en los que se reúne el equipo docente, pero las prisas con las que se abordan impiden que esa interacción sea productiva. Si tenéis dudas de ello, ahí está también el bingo de la evaluación, esa viñeta satírica de Xavier Àgueda, con la que tantos os sentiréis identificados.
En ocasiones me he preguntado qué se podría hacer para que las sesiones de evaluación fueran más eficaces. En Secundaria creo que hay poco margen para la mejora. Me gustaría que hubiese posibilidad de cambiar alumnos de grupo, si las relaciones entre ellos no favorecen el aprendizaje; retocar desdobles, sobre todo si no están funcionando como medida de atención a la diversidad; modificar horarios, si se comprueba que atentan contra la lógica del aprendizaje. Como podéis comprobar, son medidas que resulta difícil llevar a la práctica bajo el modelo de un centro de secundaria, donde la organización suele ser un rompecabezas cuyas piezas no pueden moverse una vez montado. También me gustaría que fuésemos honestos, reflexivos y autocríticos hasta el punto de admitir que no es normal que todos los alumnos de un grupo sean excelentes, que ninguno de los alumnos de un grupo merece aprobar, que no podemos deshacernos de los alumnos con dificultades, que no toda la culpa de que el alumnado no aprenda es exclusivamente suya y de su familia. Me gustaría oír en las sesiones de evaluación que los profes proponen alternativas metodológicas y que otros las escuchan y las aceptan o, al menos, no se burlan de ellas. Me gustaría que las sesiones de evaluación acabasen con la sensación positiva de pensar que el próximo trimestre van a mejorar los resultados, que no se van a esgrimir como excusa ante el fracaso ninguno de esos mantras del bingo de la evaluación, porque, por mucho que queramos ocultarlo, en ese fracaso también nosotros tenemos nuestra ración de culpa. Es esa parte de culpa la que puede conducirnos a la última acepción de la palabra farsa, la que convierte la sesión de evaluación en una "obra dramática desarreglada, chabacana y grotesca". Ojalá no sea así.
9 comentarios:
¡Cuánta verdada! Doloroso el contenido, muy divertida la forma. Me he sonreído mucho con el vídeo, pero qué tristeza en el fondo. Es un fiel reflejo de las sesiones de evaluación. Completamente de acuerdo con la reflexión del blog. Quizá lo bueno es que muchos, cada vez más, empezamos a tener conciencia de la farsa. Es el primer paso, necesario, para que deje de serlo, para dejar de ser farsantes.
Buenas,
Efectivamente, las juntas de evaluación normalmente son más una sesión de terapia que una reunión seria de trabajo. La mayor parte de veces, se trata de "cantar notas", que además se podrían comunicar por otros medios, y hacer "comentarios subjetivos". Pero, ¿cuánto tiempo se dedica a evaluar o comentar la práctica docente, y cuánto a tomar acuerdos para modificar o adaptar el proceso y solucionar los problemas (o potenciar el aprendizaje)? Me da que ese tiempo tiende a 0.
Otro aspecto que habría que vigilar, estudiar, y cambiar.
Un saludo.
Toni, las juntas son un trámite burocrático, pues se organizan como una tabla de partidos: de 4 a 5, este grupo; de 5 a 6, este otro... En una hora o menos, hay que evaluar a un grupo de alumnos de 9 o 10 asignaturas. Las cifras hablan por sí mismas. No es posible meter tanto dato en una hora, en una reunión de más de 10 profes hablando de más de 20 alumnos. ¿Cómo no se les ocurriría a los Hermanos Marx hacer una escena como la del camerino, pero en un aula?
Lo lamentable es que sigamos perpetuando las juntas, a pesar de hablar de innovación, de modernización, de cambio educativo. A veces pienso que la farsa no afecta solo a la evaluación, sino que se extiende a otras prácticas docentes.
Siempre salgo de las evaluaciones con la sensación de no haber hecho nada de provecho. No es la pérdida de tiempo, porque muchos compañeros quieren terminar cuanto antes y piensan que la evaluación es inútil. Yo croe que es inútil tal y como está planteada, pero que tendría que ser de otra manera y convertirse en un instrumento de aprendizaje.
Besos.
Ok, Toni. Totalmente de acuerdo con tus reflexiones. Yo añadiría que las "Juntas de evaluación" son una farsa colectiva que evidencia las limitaciones y carencias de la evaluación que la mayoría del profesorado conoce y aplica individualmente.
Muchos compañeros y compañeras innovadores resaltan la importancia de la metodología (cosa que comparto), pero el espejo en el que cualquier metodología se refleja y cuestiona en todo momento es la evaluación. Esta no es el "tejado" del edificio educativo, ni lo último en lo que hemos de pensar (y a lo que se dedica poco tiempo), sino un verdadero "reflejo" metacognitivo mediante el cual, tanto el profesor como el alumno, pueden revisar y ajustar continuamente el papel de cada uno. Si esa evaluación formativa y formadora cumple su función, La calificación no habría de ser más que un trámite, al final de un trimestre o un curso, cuya función es meramente administrativa.
Como dice Santos Guerra: hay que SABER, QUERER Y PODER hacerlo ¡En el fondo, no es tan difícil! ;-)) Un abrazo
¡Genial!! Enhorabuena por el trabajo realizado y aunque el guión es excelente, como tú Toni, la puesta en escena y los atores son de 10 MH.
Una situación lamentable que se sigue reproduciendo sin que parezca vaya a cambiar nada de momento. Crear un departamento para la innovación y evaluación educativa y/o hacerla pública y compartirla quizás sería un buen comienzo...
"Todos los estudiantes poseen talento, pero la naturaleza de este talento difiere entre ellos. En consecuencia, el sistema educativo debe contar con los mecanismos necesarios para reconocerlo y potenciarlo" (Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la mejora de la calidad educativa).
Fe de erratas: actores (no "atores")
La verdad es que he reído con ganas porque hay tics nuestros notorios e idenficados.Añado también que, afortunadamente, también he tenido la suerte de aprender nuevas prácticas e ideas en sesiones de evaluación, así como compartir risas e incluso algún llanto.
No olvido tampoco situaciones tensas en las que se tomaron deci siones influyentes sobre el futuro de alumnos.
Gracias Toni.
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