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29 abril 2016

Sesquidécada: abril 2001

En la primavera de 2001 tuvieron lugar mis primeras tomas de contacto con los intereses lectores de los adolescentes. Quizá fue entonces cuando descubrí que mis gustos y los de los jóvenes no coincidían demasiado. En esta sesquidécada, recupero dos de aquellas lecturas que ejemplifican esa brecha entre la literatura de un filólogo y la de un adolescente, la distancia entre Jan Neruda y J.K. Rowling, un abismo que solo el tiempo y la persistencia lectora pueden salvar. 

Probablemente, la obra más famosa del checo Jan Neruda sean los Cuentos de Malá Strana, una colección de relatos de finales del siglo XIX, que poseen el encanto de la literatura centroeuropea de su época. Neruda, al que algunos críticos atribuyen haber inspirado el seudónimo de nuestro Pablo Neruda, es un perspicaz observador de la vida cotidiana de su tiempo y, a la vez, sabe captar los elementos líricos precisos para no quedarse en el mero costumbrismo. Los que hayan viajado por Praga, podrán evocar con facilidad rincones y aromas de un tiempo pasado al que resulta complicado volver en esta era del turismo masivo.

Como decía al principio, mientras en mis noches viajaba por las calles de Malá Strana, durante el día lidiaba con unos jóvenes que habían descubierto, gracias a J.K.Rowling, unas lecturas que los mantenían enganchados: las aventuras de Harry Potter, un aprendiz de magia en un colegio escocés llamado Hogwarts. Harry Potter y la piedra filosofal fue también para mí un descubrimiento, pues desmentía esa idea de que los jóvenes no leen libros largos o que no les interesa la mitología o la cultura en general. Harry Potter es un excelente ejemplo para desmontar esos tópicos, como luego lo serían autores como Laura Gallego, Blue Jeans, Federico Moccia, etc. Una vez más, la Escuela ha dado la espalda a los cambios históricos y sociales, minusvalorando estos fenómenos de lectura juvenil, juzgándolos y condenándolos con parámetros extraídos de cierto canon elitista, como si sólo se pudiese acceder a la lectura desde los clásicos. Aquel Harry Potter sería el primero en mi lista de lecturas juveniles, una lista que iría creciendo con el tiempo y que espero mantener fresca y viva. En cuanto a la pervivencia de Potter, creo que los modelos actuales se han alejado un poco de esa mitología mágica y se han aproximado al erotismo más o menos explícito, a la fantasía neogótica o a las distopías con aire romántico. Sin embargo, no deberíamos olvidar que un lector adolescente siempre acabará convertido en lector adulto: tiempo habrá de madurar (o no).

23 abril 2016

Cervantes, siempre



Lanzamos a la aulas el proyecto Quijote News como recordatorio de la publicación de la segunda parte del Quijote y volvemos ahora conmemorando la muerte de Cervantes. En unas fechas en las que instituciones y medios de comunicación quieren reivindicar nuestro clásico, habría que recordar que el amor por la literatura se fragua en las aulas, en la formación de jóvenes lectores, en el aprecio desde la infancia de figuras universales que forman parte de nuestra historia y de nuestra identidad. Es innegable que es un deber conmemorar a Cervantes en estos días y en estas circunstancias que nos colocan, a veces, demasiado cerca de la sociedad del Barroco. Pero el verdadero deber de las instituciones consiste en promover una Escuela en la que el arte y la cultura sean valores destacados. Leer el Quijote en las aulas no debería ser una obligación, sino una actividad deleitosa y educativa, pero eso requiere un esfuerzo de toda la sociedad, no el trabajo abnegado y solitario de unos pocos docentes.
En este proyecto, en el que han participado 40 centros de toda España, cientos de niños y jóvenes han leído a Cervantes, han recreado las aventuras de sus personajes y han construido nuevas historias que mantienen viva su memoria. Los clásicos tienen esa virtud, permanecer siempre vivos, abrir nuevos sentidos con cada lectura.
Muchos olvidarán a Cervantes y al Quijote hasta dentro de diez o veinticinco años, cuando una fecha señalada les avise desde la agenda. Sin embargo, para quienes viven las aulas con pasión, cualquier ocasión será propicia para volver a recorrer los caminos de la Mancha. En las aulas, Cervantes y el Quijote siempre son celebrados con la lectura y la relectura; en las aulas, los clásicos nunca mueren. Muchas gracias a todos los que habéis hecho posible este proyecto.

Otras entradas en el blog sobre este proyecto:

10 abril 2016

Diez años de Twitter: entre el pasquín y el dazibao

Serios y compungidos se aproximan al Muro de las Lamentaciones. Lo llevan haciendo durante siglos. Dejan un papelito con sus plegarias entre las grietas ya milenarias. Confían en un dios omnipresente que, desde el otro lado del muro, lee con sigilo sus mensajes y atiende sus demandas. Al marcharse, anhelan que ese deseo escrito quede grabado en su divinidad ad aeternam, como un grafiti indeleble; pocos quieren pensar en el terrible momento en que sus notas serán recogidas y enterradas en el monte de los Olivos, en una ceremonia más profiláctica que devota, necesaria para dar cabida a nuevas plegarias. 

No pensemos que ese atávico impulso de exteriorizar los deseos y peticiones es exclusivo de los visitantes de Jerusalén. Hace siglos, el pasquín nació como hojita satírica pegada a una estatua de Roma, no sabemos bien si de la mano de un zapatero tan ingenioso como mordaz, o de la de los alumnos burlones de un maestro de gramática. Los pasquines recorrieron la historia desde entonces, sublevando a las minorías oprimidas por la política y la religión. Allá donde había una injusticia, se podía encontrar un pasquín pegado precariamente en la pared. Pasquines pergeñados en sótanos oscuros por impresores arriesgados; pasquines encolados en noches apresuradas; pasquines con sabor a rebelión.

Mientras esto ocurría en nuestro cercano Occidente, en la lejana China también los ciudadanos andaban ávidos de información, sobre todo bajo la censura imperial, así que decidieron usar el dazibao, una especie de mural pegado en la pared, en el que se podían hallar noticias, reflexiones morales, críticas ideológicas… A su modo oriental, las inmensas minorías chinas tejían también a la sombra de las murallas sus gritos de tinta. 

Es evidente que todas las tradiciones evidencian fallos estructurales, pues fueron diseñadas para sociedades menos numerosas, menos impúdicas o menos ruidosas. Si tuviésemos que inventar hoy las nuevas fiestas y religiones, las diseñaríamos a prueba de multitudes: los sanfermines, por ejemplo, se correrían por el Paseo de la Castellana y la tomatina en los Monegros; el Muro de las Lamentaciones, por supuesto, sería un mural virtual con sticky notes… y los pasquines y dazibaos se habrían formado al amparo de una red social: las minorías discrepantes buscarían sin duda cobijo y difusión en Twitter, esa red que cumple ahora diez años. 

Basta darse un somero paseo por Twitter para ver que el espíritu que hizo surgir pasquines y dazibaos sigue vivo en forma de tuiteos. Sus usuarios vierten en ella todo aquello que en su día se pegaba en las paredes, en los tablones de anuncios, en los corchos de la oficina: la crítica, la burla, la protesta, el sarcasmo, la indignación, el grito desesperado… Twitter se ha convertido en un espacio alternativo en el que esas minorías encuentran la noticia que nunca verán en la televisión, el aviso que jamás les dará su banco, la opinión que ocultan los diarios. Es cierto que en Twitter encontrarán también publicidad encubierta, propaganda institucional, romanticismo caduco, ñoñería existencial, pero, del mismo modo que los lectores de pasquines habían de andar ojo avizor para estar al día, los tuiteros avezados deben filtrar la información para quedarse con lo más sustancial: la ya extinta “ballena de Twitter” podría haber sido el símbolo de ese filtrado del plancton comunicativo. Alguno dirá que no todos los usuarios de Twitter buscan esa información alternativa y, en efecto, supondría una reducción inapropiada juzgar al todo por la parte. Sin embargo, cuando analizamos la literatura, por ejemplo, dejamos de lado ciertos subgéneros que no consideramos canónicos -la novela rosa, el folletín, la novela del oeste…-, sin que ello implique expulsarlos del panteón literario. Considero que, en Twitter, el principal género es el que representa el discurso alternativo, esto es, la opinión divergente, la crítica, el chiste, la protesta, la apología, la réplica, la elegía… en fin, pasquín y dazibao. Discurso alternativo es mantenerse al día en un mundo anclado en la rutina, es agitar conciencias en un ambiente pasivo, es refrescar la memoria ante el olvido general, es rescatar informaciones útiles frente a unos medios anestesiados por noticias repetidas hasta la saciedad, es proponer visiones distintas ante problemas mal resueltos, es buscar la innovación cuando la tradición es ineficaz, es hallar amigos en una tierra de zombis, es dialogar en un mundo de sordera social. Todo eso es discurso alternativo, todo eso es, para mí, Twitter. 

Una vez definidos los contenidos de Twitter, entramos ahora a plantear las modalidades, las diferentes manifestaciones de ese discurso alternativo, y para ello recurriré a ciertos tópicos que me servirán de alegoría ilustrativa. Mientras Occidente basa sus revoluciones en el arrebato y cierto efectismo impulsivo, Oriente se mueve con la levedad del aleteo de una mariposa, con el pausado ritmo de las secuencias del tai chi. Mientras el dazibao fluye bajo los preceptos del feng shui formando un río revolucionario, el pasquín agita nervioso el pendón de la rebelión. De igual manera, tenemos tuiteros que se exaltan con soflamas incendiarias por la mañana mientras por la tarde recomiendan viajes a islas paradisíacas; y tenemos tuiteros que van tejiendo sin ruido una implacable red de acción social a través de un lento pero persistente acopio de tuiteos libertarios. Si el pasquín tiende al trending topic, el dazibao lo hace a la marea. No es difícil imaginar ciertos tuiteos como las “95 tesis” de Lutero pinchadas en Wittenberg o como el “Yo acuso” de Zola en el diario La aurora. Son voces que soliviantan, proclamas que enganchan a miles de tuiteros, abanderados a veces por figuras de relieve dentro de las redes sociales. Es la búsqueda del efecto guerrilla, del factor sorpresa, de las palabras como dardos o como bombas incendiarias. Pero, no todo es acción directa; hace muy poco se hizo popular el fenómeno de las mareas ciudadanas, en las que la punta de lanza se sustituye por una ola con fuerza imprevisible. Cuesta un poco más vislumbrar la soterrada labor tuitera de muchos movimientos sociales que crecen en la red gracias al goteo continuo de pequeñas argumentaciones retuiteadas a hurtadillas y que constituyen esas mareas, a menudo más eficaces en la calle que en las redes. Diferentes modos, diferentes visiones. Incluso podríamos decir que esta división oriente-occidente puede darse en un mismo individuo: hay días en los que uno se puede sentir Pancho Villa, mientras otros se despierta con el cuerpo a lo Gandhi.

En cualquier caso, tanto la guerrilla tuitera occidental como el imparable ejército oriental han elegido esta red social como vehículo del discurso alternativo que se postulaba arriba como hecho diferencial de Twitter. Cientos de docentes -al igual que miles de administrativos, mecánicos, autónomos, ingenieros o marinos mercantes- cocinan sus protestas y burlas en la soledad de sus aulas, oficinas, talleres y hogares, que sustituyen a los sótanos de la revolución; han reemplazado al impresor cómplice por un dispositivo informático y una red de contactos afines. Los tuiteros lanzan sus pasquines y dazibaos aprovechando las esquinas más transitadas de la red, con la certeza de que serán leídos por sus cofrades de la minoría silenciada, pero también con la esperanza de captar nuevos acólitos. Los tuiteros saben también que el poder les tolera esa rebeldía porque sus hojas volantes se despegan enseguida arrastradas por el viento. Los tuiteros son conscientes de que una lápida es menos visible que un grafiti, y por eso son más dados a escribir que a actuar, a no ser que los envuelva la marea. En este contexto, vivir en Twitter es columpiarse entre el pasquín y el dazibao, siempre indignados o, al menos, periféricos. Como consuelo nos queda el término medio de ese balanceo, un respiro en el que podemos colgar plegarias en ese muro digital de las lamentaciones, con la tranquilidad de que no las enterrará ninguna brigada de limpieza y que permanecerán visibles hasta la eternidad, si es que dicho concepto existe en el mundo virtual.