La sesquidécada de junio viene con aromas de caballería andante, pues celebra la lectura añeja de un clásico del género: el Tirant lo Blanch. En realidad, el clásico original ya lo había leído durante la carrera, pues, en mi época, las Filologías tenían un tronco común hasta 3º y luego las Hispánicas continuaban con asignaturas de literatura valenciana o catalana hasta 5º. De este modo accedí al Tirant en su versión original allá por el año 1996, y lo hice de la mano de Albert Hauf, quizá el especialista en literatura medieval más interesante y caótico que he tenido en mi carrera. Pero no es el Tirant, sino el Tirante, el verdadero protagonista de la sesquidécada, porque en junio de 2000, después de haber participado en su curso de doctorado sobre dietarística medieval, Vicent-Josep Escartí me propuso colaborar en el cotejo de la edición en castellano de Tirante el Blanco con la versión facsímil de su traducción original impresa por Diego de Gumiel en Valladolid en 1511. Imaginad mi alegría al poder enfrentarme a textos casi originales y hacer mis primeros pinitos en edición textual, algo en lo que había comenzado un par de años antes a partir de pliegos sueltos. Con aquel entusiasmo, incluso me compré mi primer portátil de segunda mano para poder trabajar con total libertad. Pasé muchas semanas descubriendo la riqueza del castellano de principios del siglo XVI y gozando de esos placeres que solo los filólogos de vocación pueden entender.
El Tirante el Blanco en versión castellana difiere en ocasiones de la versión original de Joanot Martorell (y tal vez concluida por Martí Joan de Galba). No solo es cuestión de la estructura externa, capítulos y organización, sino también de algunos fragmentos modificados quizá por influencia del Amadís de Gaula. Sea como fuere, se trata de una novela de caballería única, hasta tal punto que Cervantes, en el Quijote, la salva de la quema en el escrutinio del cura y el barbero:
Por tomar muchos juntos se le cayó uno a los pies del barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vió que decía: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco. Válame Dios dijo el cura, dando una gran voz; ¡que aquí esté Tirante Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Kirieleison de Montalván, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalván y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con Alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora emperatriz enamorada de Hipólito su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo; aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros de este género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que lo compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto de él os he dicho (Cap.6, I parte)
El Quijote, como veis, nos sale al paso en todo tiempo y lugar, sin necesidad de requerir la ayuda de nuestros reporteros del Quijote News. Muchos críticos se han empeñado en descifrar si los comentarios del cura son reflejo del propio pensamiento de Cervantes o si el merecimiento de galeras es una burla o un doble sentido. Para mí, lo importante es saber que Cervantes encontró en el Tirant elementos valiosos para su Quijote. Puede que le gustasen la humanidad o cercanía del personaje, o sus avatares a menudo ridículos o abiertamente eróticos; puede que atisbase ya en el Tirant las postrimerías de una época que llegaba a su fin y que solo se podía sellar con una gran parodia como el Quijote; o puede simplemente que lo divirtiese hasta tal punto de rendirle homenaje en su obra de este modo. En cualquier caso, es una pena que el Tirant solo sea conocido en el ámbito de la literatura valenciana y que sus traducciones solo se valoren fuera de España, algo bastante común por cierto en este país cainita.
Como de costumbre, gracias a Gorka tenemos un podcast de esta sesquidécada (a partir del minuto 22), podcast que recomiendo entero porque en él también son protagonistas los alumnos de Víctor Cuevas.
3 comentarios:
Gracias por compartir toda una entrada de filólogo vocacional. Yo también tuve la oportunidad de acudir a las clases de Hauf,me encantaban y en aquella época leí El Tirant.Tiene bellos fragmentos, algunos los he utilizado en clase. Gracias a Hauf me enteré de la procedencia de mi segundo apellido, Valls, que también era el suyo. Comentó que procedía de los descendientes de judíos mallorquines. Quizá por eso me gustan tanto las islas :)
Yo hice la carrera de filología en Zaragoza, así que este libro no me llegó durante la carrera más que como la mención que hace el cura en el escrutitnio de la biblioteca de Don Quijote. Luego no me he sentido atraído por leerlo. Tal vez son lecturas que se hacen en un marco académico como las hiciste tú. Así que no puedo aportar nada al respecto, salvo considerar tu formación filológica que, dicho sea de paso, no te ha sido muy útil para tu realidad en el instituto Bovalar, igual que a todos, quiero decir. Nuestra formación académica no tiene apenas que ver con lo que impartimos en las aulas, para las que un curso de lengua generalista hubiera sido más que suficiente, eso y un máster en pedagogía aplicada.
Mª José y Joselu: Gracias por vuestros comentarios, a los que no pude responder en su momento. Es cierto que estas lecturas tienen poco que ver con lo que hacemos hoy en clase, pero creo que nuestra formación también marca la diferencia al menos a la hora de transmitir cierta pasión por la lectura y la literatura. No sé si valdrá la pena, dado que quizá alcance a dos o tres alumnos en cada curso, pero a mí me sirve para sentir que mi trabajo es algo más que un oficio rutinario.
Gracias y feliz verano.
Publicar un comentario