"¿Quién no está solo? Únicamente los bobos, los simples, los que confían en el amor, en la fraternidad, en los sentimientos, perennes o en la mirada vigilante de una Divinidad, creen estar acompañados a todas horas. El resto de los humanos, los analíticos, los observadores, los que no confunden el corazón con la vagina; ni toman por fraternidad lo que es interés; ni llaman sentimientos perennes al egoísmo y a la costumbre de verse a diario; ni ven la mirada vigilante de una Divinidad en los fenómenos de un azar absurdo, ciego e injusto, esos saben de sobra que están solos... Y tienen frío..."
Enrique Jardiel Poncela nos ha regalado diálogos magistrales en sus obras de teatro, pero quizá no sean tan conocidas sus dotes como narrador. En las postrimerías del verano de 1997 leí dos de sus novelas más conocidas: Espérame en Siberia, vida mía y Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? El fragmento que encabeza esta sesquidécada pertenece a esta última. Estas narraciones de Jardiel Poncela condensan muchos de los rasgos definitorios del estilo de su autor: humor, absurdo, modernidad, enredo, melancolía... En realidad, creo que siguen algunos de los postulados de la prosa vanguardista y del 27, truncados eso sí por el tono gris de la posguerra. Aunque es posible que el lector actual no encuentre ya graciosas aquellas situaciones, convendría desempolvarlas para comprender el contexto literario de una época compleja, con bastantes puntos de encuentro con la que parece que nos acecha.
De esa misma época es el segundo autor que recupero: Álvaro Cunqueiro. En aquella ocasión leí Un hombre que se parecía a Orestes. Coincido plenamente con lo que dice Lluís Salvador acerca de esta novela:
Cualquiera puede retomar un mito griego y hacer cualquier cosa con él (habitualmente un destrozo); son atrayentes, por su potencia, por lo extremo de sus situaciones. Otra cosa es tomarlo y tratarlo con cariño y benevolencia, mirando a sus personajes como personas y no como estatuas heroicas. Es lo que hace Cunqueiro, con ese estilo culto, ameno, gratificante y único que hizo de su prosa una de las grandezas de la literatura universal.
Mi especialidad no es la novela contemporánea y ni siquiera conozco a fondo la trayectoria de Cunqueiro (o de Jardiel Poncela), pero me da la impresión de que no fueron felices en aquella España gris, pese a haber caído en el lado de los que ganaron. Durante mucho tiempo hemos -yo al menos- idealizado a los autores del exilio, a quienes tuvieron que marcharse para mantener con dignidad sus convicciones ideológicas. Por descarte, quienes publicaban en la España de la posguerra obras de ficción sin compromiso social eran considerados unos aprovechados o unos traidores.
Se avecinan ahora tiempos de compromiso y de dar la cara y ya estamos viendo que no todo es dignidad y echar para adelante. Muchos somos los que nos pensamos las cosas dos veces antes de actuar, antes de encabezar causas nobles de dudoso éxito, aunque ganas de ello no nos falten. Pienso que si, ante una huelga, por ejemplo, muchos se inhiben por el coste económico o por las posibles represalias, si nos viésemos en una guerra por nuestras ideas, ¿cuántos estarían dispuestos a dejar sus familias, sus hogares, sus vidas atrás? Ni yo mismo lo sé. Es muy probable que muchos dejasen -o dejásemos- de luchar, de gritar, de protestar y acabasen -acabásemos- escribiendo relatos o poemas sobre la alta velocidad o sobre los amores de Perseo.
Observaciones:
Las dos novelas mencionadas de Jardiel Poncela se pueden leer en la red.
De Jardiel Poncela, aparte de algunas obras teatrales, he leído Amor se escribe sin hache, con la que me divertí muchísimo. En general, el humor de Jardiel lo tiene fácil conmigo. De Cunqueiro no he leído nada, pero me apuntaré esta obra que comentas.
ResponderEliminarPor otra parte, coincido contigo en que, en ocasiones, resulta sencillo posicionarse verbalmente, pero dar el paso a la acción se convierte en una tarea mucho más compleja. Yo mismo también pienso mucho en aquella España viendo cómo están las cosas ahora y, a veces, incluso imagino que la situación actual pudiera alcanzar aquellos extremos, aunque trato de pellizcarme y repetir que no podemos llegar a tanto. Pero, efectivamente, en una situación de esa índole, yo tampoco tengo claro cómo reaccionaría, pues igual que me surgen hoy en día dudas para participar activamente en algunas reivindicaciones en las que creo (no soy ningún buen ejemplo de participación activa en favor de mis ideales, aunque procure tranquilizar mi conciencia de cuando en cuando), no quiero pensar cuál sería mi actitud en una coyuntura más peligrosa. Solo espero que la degeneración de este país no llegue al punto de devolvernos a tiempos tan oscuros, aunque en estos cueste tanto ver un atisbo de luz.
Esta obra de Cunqueiro pinta bien, las actualizaciones de los mitos me atraen porque el diálogo entre las dos obras arroja muchas posibilidades interesantes, me apunto la referencia. Además es lo que tienen los clásicos, que admiten relecturas contemporáneas, justamente por ser personajes complejos.
ResponderEliminarAunque no he leído ninguna de las novelas que comentas, las dos que citas de Jardiel las he tenido siempre muy presentes, quizá por sus llamativos títulos. Fíjate que pensaba que la segunda era de Vizcaíno Casas...De Cunqueiro, cuyo centenario se celebró discretamente el año pasado solo he leído "Merlín y familia", hace muchos años. Recuerdo que me pareció muy divertido. Estoy de acuerdo con tu reflexión final. La dignidad no estás solo del lado de los que se fueron. Supongo que de los que se quedaron, muchos tuvieron que tragarse algún que otro sapo. Sí que es momento de tomar decisiones y de dar la cara, y es cierto que no siempre sabemos si estaremos a la altura de los ideales. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarUn par de veces al año voy a Galicia y una visita obligada es siempre Mondoñedo (muy cerca del lugar de mi estancia). En la plaza de la Catedral está una estatua del Álvaro Cunqueiro. Aparece sentado, con las piernas cruzadas y mira en dirección al infinito, abstraído en su mundo interior. Lo he fotografiado muchas veces. Sin embargo, su mundo narrativo no me hace vibrar. Leí esta obra que citas y las Crónica de un sochantre, pero no las sentí mías. Es una cuestión de magia o de música. Y fíjate que Cunqueiro en sus espléndidas descripciones recorre todo el paisaje que yo visito (Lourenzá, Mondoñedo, Foz, Viveiro, Ribadeo…) y las he leído pero…
ResponderEliminarEs significativo que dos de los autores catalanes y gallegos más relevantes son hombres que pertenecieron al bando ganador o con el que mantuvieron un discreto acuerdo. Pienso en Josep Pla, que nunca fue entronizado en el santuario catalanista, y, en este caso, Cunqueiro al que, sin embargo, hasta 1991 no se le dedicó el Día de las Letras Gallegas.
Jardiel Poncela tampoco expresa mi sentido del humor. Leí a un secundón a mis 16 años y que me hacía reír como pocos y fue Álvaro de la Iglesia. Creo que alguna vez hemos hablado de ello. El texto de Eloísa está debajo de un almendro nunca me ha hecho reír, ni en libro ni en el cine.
Saludos.
He disfrutado muchas veces con las obras de Jardiel Poncela así que me voy a buscar en la red las dos novelas que citas.
ResponderEliminarJavier: Las obras de teatro de Jardiel son muy divertidas, aunque la que más me gustó fue la de Eloísa... Reconozco que cuando leí varias obras suyas me pareció que el esquema era repetitivo y también lo eran algunos chistes, pero supongo que igual ocurre con los directores de cine. Por otro lado, también yo confío en que no lleguemos a los extremos de aquellos años. Pienso que los políticos/banqueros tensarán la cuerda al máximo pero no dejarán que se rompa; todos sabemos que esta crisis se podría solucionar con cuatro leyes y con tres avisos a mangantes.
ResponderEliminarEduideas: Cunqueiro tiene varias obras relacionadas con la mitología y las leyendas. Esta que menciono me pareció muy bien construida. Gracias por tu fidelidad :)
Carlota Bloom: Es cierto que muchos de aquellos autores de la época se confunden entre sí (yo mismo pensaba en obras de Fernández Flórez cuando escribía sobre Cunqueiro), tal vez por esa propia monotonía de la españa de posguerra. No sabemos si ellos se tragaron los sapos, pero nosotros nos vamos a beber toda la charca a la marcha que vamos. Ánimo.
Joselu: Precisamente la lectura de las 'Crónicas del sochantre' me animó a leer la novela que menciono. El lenguaje provocaba unas evocaciones y exhibía un preciosismo que en aquella época me atraía (igual que el 'Alfanhuí' de Sánchez Ferlosio). Sin embargo, unos años después intenté leer 'Las mocedades de Ulises' y me lo dejé sin acabar. Supongo que todo requiere su momento. En cuanto a Álvaro de Laiglesia, hablé de él en aquella nota sobre lecturas para reír. También era otro de esos personajes grises con un peculiar sentido del humor.
Blogge@ndo: Espero no defraudarte con mis recomendaciones :)
Gran último párrafo, Toni. Se puede dudar, se debe dudar, pero escribiendo ya se está actuando, aunque sea ficción. Seguro que de una u otra forma en el texto se proyectarán las realidades de ese momento.
ResponderEliminarBuen contrapunto al post de Tres Tizas, aunque creo que se tocan mucho ;)
GRK
Recientemente, releí "Cuatro corazones con freno y marcha atrás". Recordaba haberme reído de jovencita, pero esta vez la encontré inverosímil, además de infumable. Pensaba en una comparación con la película de "El curioso caso de Benjamin Button", por compartir ambas el tema del crecimiento inverso, pero descarté la idea porque la comedia presenta a unos personajes de cartón piedra, nada creíbles.
ResponderEliminarEl humor de Jardiel Poncela no soporta el paso de los años. Le ha pasado lo mismo a otras obras como a "Eloísa está debajo de un almendro".
Por encima de las reflexiones literarias, -siempre certeras; pertinentes, siempre- en esta ocasión me quedo con esta idea: "Se avecinan ahora tiempos de compromiso y de dar la cara y ya estamos viendo que no todo es dignidad y echar para adelante".
ResponderEliminarY ese va a ser el problema, amigo mío.
Gorka: Estamos ahora mismo como perdices mareadas. Lo digo sinceramente: sé que tengo razones para estar cabreado, pero no me veo trasladando ese enfado a mi trabajo. Por si fuera poco, después de varios meses saliendo a la calle casi todas las semanas, me siento también decepcionado, porque veo que muchas familias que tendrían que haber salido a defender la educación de sus hijos no lo hicieron en su día y ahora vienen llorando y reclamando. Es frustrante; y el gobierno, con su actitud chulesca, riéndose de todo y todos... Perdón, que hablábamos de literatura.
ResponderEliminarLu: Eloísa... fue una lectura muy precoz, casi de la infancia, y por eso la recuerdo con cariño. La he leído muchas veces después y es cierto que se resiente su humor, pero me parece que sigue siendo una obra de referencia, aunque ya no para los alumnos. En general, el humor del 27 era demasiado intelectual, demasiado anclado a una estética que ya pasó de moda. Incluso Gómez de la Serna tiene obras que son hoy infumables. Pero hay que reconocer que no es fácil hacer humor perdurable, a no ser que te llames Cervantes y parodies novelas de caballerías :)
Marcos: Te noto tristón y eso no me gusta. Espero que nos regales durante este curso tu optimismo y buen humor. No te dejes vencer por los hombres grises :)
Buena y certera reflexión en los tiempos que corren. Me apunto esos títulos tan sugerentes :)pero sigo prefiriendo a los escritores que se exiliaron.
ResponderEliminarMª José: Desde luego, los del exilio se jugaron la vida y la perdieron (si no en el sentido literal, sí en el moral). La lectura de 'La gallina ciega' de Max Aub, por ejemplo, es la muestra de ese desarraigo, de la imposibilidad de rehacer una vida truncada para siempre.
ResponderEliminarGracias por la información!
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