Las postrimerías de agosto tienen algo crepuscular, sobre todo para nosotros los docentes, que iniciamos un nuevo ciclo en septiembre. Echando las redes a las lecturas de agosto de 1996, esta sesquidécada tropieza con una obra teñida de una melancolía acorde con este sentimiento otoñal de fin de verano. Se trata de Bearn o la sala de les nines (la sala de las muñecas), una novela de Llorenç Villalonga que constituye un referente de la literatura catalana contemporánea, una obra que muchos han comparado con El Gatopardo de Lampedusa, pues ambas dan testimonio del fin de una familia, del fin de un modo de vivir. El patetismo de esa decadencia y el simbolismo que señala el tránsito a una realidad distinta tal vez tengan algo en común con estos tiempos que vivimos, unos años que quizá suponen el fin de las vacas gordas. Casualidades de la vida o de estos trances finiestivales, acabo de leer otro clásico de la narrativa catalana, Pa negre, de Emili Teixidor (muy actual por la premiada adaptación cinematográfica) también muy simbólico en cuanto al sentimiento de pérdida y al concepto de tránsito.
Para no teñir de tristeza esta sesquidécada, recupero también la lectura de Ramón Gómez de la Serna, un habitual del blog. En esta ocasión viene con Seis falsas novelas, uno de esos juegos literarios en los que escribe seis relatos que imitan, rozando la parodia, los tópicos de distintas narrativas del mundo:
Los dos marineros (Falsa novela china)
La fúnebre (Falsa novela tártara)
La virgen pintada de rojo (Falsa novela negra)
La mujer vestida de hombre (Falsa novela alemana)
El hijo del millonario (Falsa novela norteamericana)
Para cerrar este agosto, os regalo algunas perlas ramonianas entresacadas de esta obra. Feliz regreso a clase.
Vio al hombre … a través de las piedras de molino de sus lentes...
Alargó una mano caliente, allí donde todas las manos eran frías como pescadillas.
Nuevos presentados salían de los rincones como arañas que estaban ocultas... p.42
El extranjero le sacudió el brazo como quien tira de la campanilla de la casa que no abren. p.43
Un carro de carbón, muy negro, pasaba sembrando carbones negros sobre la sábana blanca, carbones que semejaban agujeros que diesen a lo profundo.
La tarde tenía sobre sí, no el cielo, sino las claraboyas de cristal de hielo. p.44
Sin sable, y sin esas charreteras que, unidas al plumaje del casco, hacen de los militares fuentes chorreantes. p.45
Cuya corbata subida sobre el cuello de tirilla semejaba como si le hubiese quedado a perpetuidad el metro de hule del chico que toma las medidas de la camisería. p.46
El flequillo, que formaba algo así como unas finas pestañas del pensamiento … rejas de su pensamiento, algo que aleja y no permite la entrada, como una verja... p.57
En las grúas, los agujeros muy aceitados tenían incontinencia de pajaritos sueltos de aceite. Caparazones de cangrejos eran como cascos de barcos estropeados. p.61
Le bastaba haberle oído hablar el francés con aquella mujer, cuyo francés era tan salido que parecía como leche que sube, que está dando un hervor. p.62
Las grandes higueras daban de mamar a los pajarillos que revoloteaban bajo los pañolitos de sus hojas, como niños que buscan un seno mejor. p.65
La noche se había puesto su quimono mejor, azul con estrellas en los hombros y azul con dragones en las faldas, largo quimono mojado, porque la noche mete las piernas en el agua como los arroceros. p.68
El detalle destellante de sus lentes sin marco, sus lentes como dos alas solitarias de cristal. p.121
Su mano nerviosa, con la larga cucharilla, empuñada, remueve el fondo, como quien agita el fondo del corazón apasionado. p.127
En la mañana de este día, el sol es como la moneda que reúne todos los ahorros del mundo y hasta el oro de los próximos días. p.144
Hasta la chimenea era de metal, pareciendo un verdadero cañón que estirase el cuello en monstruoso desperezo. p.145
Los rascacielos hacían caer sobre la ciudad el sueño de sus mil o dos mil ojos. p.157