En esta sesquidécada, correspondiente al mes de julio de 1996, aparecen dos autores que tienen el exilio como punto en común. El primero es José María Blanco White, un escritor poco conocido pero que merece la pena leer por su visión crítica de España. Sus Cartas de España entroncan con el género del ensayo en forma epistolar, un recurso empleado por autores como Voltaire o Cadalso. Alguna vez he mencionado que me gusta leer la visión que tienen los extranjeros de nosotros y, en este caso, la mirada de Blanco White resulta suficientemente extrañadora como para provocar esa reflexión acerca de cómo somos y cómo nos ven los demás. Y, aunque hayan transcurrido dos siglos, seguimos sufriendo bastantes tópicos del pasado (algunos sin duda merecidos).
El segundo autor ya ha aparecido en este blog en ocasiones anteriores. Se trata de Max Aub, exiliado e hijo de exiliado, nacido en París, pero siempre manifiestamente español, porque decía que uno es de donde hace el bachillerato y él lo hizo en Valencia.
Hace quince años leí La gallina ciega, una reflexión amarga sobre la visita de Max Aub a España poco antes de morir. Hojeo ahora aquel libro, un ejemplar dedicado por Manuel Aznar, responsable de la edición crítica de Alba (cito por la 1ª edición de 1995), y encuentro una nota mía del día de su lectura: "A los 60 años de aquel funesto día que tanto nos hizo sufrir". Hoy recupero algunos fragmentos con el sabor amargo que produce ver lo poco que hemos cambiado a pesar de creernos tan modernos. Os dejo algunas citas:
Me hubiese gustado escribir y publicar estas páginas en España. No puede ser (…) Podría vivir callado en una agradable casa española, comer y beber según los permisos de los facultativos. ¿Para qué entonces? (p.99)
Lo malo es que este libro no se venderá en España, y cuando pueda circular libremente nadie sabrá de qué estoy hablando. Lo más imbécil: clamar en el desierto. Ser inútil. (p.180)
Desde que llegué me di cuenta de que aquí, en general, a nadie le importa un comino como no sea vivir en paz y de la mejor manera posible.(...) Nadie se queja ni se puede quejar. (…) ¿Que no se enteran de lo que sucede en el mundo? ¿Qué les importa? Todos envidian su santa tranquilidad, su sol, su aire, su arroz, sus gambas, sus mejillones, sus centollos, sus percebes, sus pollos, sus merluzas, sus carnes, sus mujeres. ¿Dónde se construye más? ¿Dónde acuden más turistas extranjeros?Dan ganas de contestar: -¡Váyanse ustedes a la mierda! (p.221)
La gente se ha acostumbrado. Con el tiempo transcurrido las injusticias han dejado de serlo, se han convertido en costumbre. Y no iba a ser ahora, ahora en que se empieza -desde hace pocos años- a vivir mejor, cuando se echarían a la calle.-Los estudiantes... (p.319)
Regresé y me voy. En ningún momento tuve la sensación de formar parte de este nuevo país que ha usurpado su lugar al que estuvo aquí antes; no que le haya heredado. (p.596)
España está mal. Ya se le pasará. No hay razón en contra, ni en pro; pero si basta para la Historia, para mí, no.¿Quién dijo que ya no había Pirineos? ¡Que vuele de día de Francia a España, o al revés, y conteste! De noche, claro, es otra cosa. (p.602)
Leí La gallina ciega durante los cursos de doctorado en los que en alguno coincidí con Manuel Aznar, como sabes. La gallina ciega me impresionó por esa perspectiva ácida del autor respecto a la España que se encontró tras tantos años de exilio. No quiero ni pensar qué pensaría de la España actual. Es el efecto del tiempo en nuestras percepciones. Creemos que en algún momento ha habido una edad dorada. Es la tesis de Midnight in Paris de Woody Allen. Tal vez sea cierto que la España del periodo republicano tuviera más garra y densidad que la España del turismo y el consumo que él llegó a ver. No obstante, la perspectiva de Max Aub es altamente motivadora y uno tiende a identificarse con ella y convenir en que la realidad que el encuentra es una mierda. Una España que se ha visto apoderada por las patatas bravas (recuerdo este detalle) cuando no existían en el pasado. Y sí es cierto que el noventa por ciento de nuestro tiempo nos lo pasamos pensando en la comida, al menos los gallegos que yo frecuento, son así. Somos un pueblo que en tiempos fue metafísico. Ahora no creo.
ResponderEliminarCoincido también contigo en la valoración de Blanco White que yo leí alguna década antes que tú e hice, inspirado por Goytisolo, algún deprimente ensayo al ínclito García de la Concha, con el que no llegué nunca a entenderme bien. Como presidente de la real academia hubo de premiar y elogiar a Goytisolo, pero yo recuerdo la conversación que tuve con él en el despacho en que me descalificó a aquel revistero autor de Disidencias donde aparece José Doblado, Hita, Quevedo... Me dio igual, porque yo hice mi deplorable ensayo sobre Blanco White.
Saludos veraniegos.
Blanco White ha sido siempre una figura algo marginal y desconocida, quizá valdría la pena recuperarla
ResponderEliminarGracias,No conocía los libros aunque tenía referencias del de Max Aub. Tienes razón, de modernos nada, basta mirar las noticias y ver lo que ha hecho el indivíduo de la extrema derecha en el campamento juvenil (sin entrar en más valoraciones). Por otra parte, me encantan las ediciones de Alba editorial, preciosas y muy cuidadas y comparto contigo el gusto por las notitas en los libros.
ResponderEliminarCreo que el problema al que hacen refencia los dos autores, lo llevamos arrastrando desde hace más de tres siglos.
ResponderEliminarYa los Neoclásicos trataron de erradicarlo y posteriormente Larra, la Generación del 98 pasando por los regeneracionstas hasta los autores inmediatamente anteriores al 36.
Dentro de la novela vanguardista y a la vez de denuncia social, anterior a la guerra, José Díaz Fernández con "La venus mecánica" hace una disección de esa sociedad.
Me imagino a los autores del exilio, como Max Aub, regresando a un país donde pesa la herencia secular del "aquí no pasa nada y todos tan contentos". Supongo lo deprimente que es luchar por unas ideas y encontrarte con el más absoluto desdén.
Gracias Joselu, Eduideas, Mª José y Conxa por compartir esos comentarios acerca de lecturas y lectores. Da rabia ver la mala memoria de los pueblos y comprobar cuán pronto se olvidan los tiempos pasados. Nos hemos convertido en una sociedad de niños mimados que sólo lloriqueamos cuando nos quitan los juguetes. A quien mira hacia el futuro y se atreve a decir que el emperador está desnudo lo acusan de agorero y cenizo. En fin, esperemos que todo mejore, aunque es demasiado confiar, incluso para este país tan dado a poner velitas a los santos...
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