-He dejado el trabajo.
-¿Por qué?
-Es largo de contar...
-No hay prisa. Con la última reducción de velocidad a 10 km/h en autopistas, llegar a cualquier sitio nos costará bastante.
-Bueno, sabes que soy profesor y me gusta mi trabajo, pero las cosas se han puesto imposibles. Todo se empezó a torcer cuando tu padre era pequeño. Vivimos una crisis muy grande que hizo ricos a los ricos y miserables a todos los demás. Los políticos empezaron a recortar gastos en todos los asuntos públicos y la educación fue uno de ellos.
-¿Te refieres a políticos como Bisbal?
-Sí, pero ése sólo es ministro de Turismo...
-¡Ah! Sigue, sigue.
-Decidieron que la Primaria y la ESO eran tan elementales que no valía la pena intervenir, porque arreglar la formación desde la base costaba mucho dinero en equipamientos y profesores. De modo que todas las reformas se hacían por lo alto, a partir de 4º de ESO o en la Universidad. ¿Habrás oído hablar del Plan Bolonia, no?
-Sí; papá todavía sigue matriculado en varios créditos. Creemos que acabará el grado en un par de años y ya podrá trabajar de becario.
-Eso es; tu padre es una de las víctimas del sistema. Como decía, los políticos, incapaces de pensar a largo plazo, parcheaban las fisuras del fracaso escolar como podían. Aunque la escolarización sólo era obligatoria hasta los 16, las familias dejaban a los jóvenes en los institutos hasta los 18, o los 20. En realidad, todos acababan quedándose y sacándose algún título, pues nadie se atrevía a dejarlos en la calle sin titulación. Hubiese sido como reconocer el mal funcionamiento de la educación. Y entonces todos queríamos parecernos a Finlandia...
-Pero eso es bueno, porque al final todos aprendían.
-Lo que conseguimos fue que los aprendían dejasen de hacerlo por contagio con los más pasivos. Los institutos primero y las universidades después acabaron convertidos en guarderías. Ten en cuenta que en aquellos días se alargó la edad de jubilación, primero a los 67 y una década después a los 79. El resultado fue que no había trabajo para los jóvenes, de modo que había que tenerlos ocupados en algún sitio.
-¿Por eso papá sigue en la universidad aunque tenga 37 años?
-Más o menos.
-Y estás huyendo porque piensas que no tiene arreglo todo esto.
-Estoy huyendo porque se me han acabado las pilas. Acepté tener en clase a alumnos con todo tipo de problemas a los que debía atender de manera individualizada; acepté que los grupos fuesen pasando de 20 a 30 alumnos, hasta llegar a los 50 de hoy; acepté que las familias decidiesen el tipo de examen, el horario de atención, la metodología que necesitaban sus hijos; acepté que mis vacaciones se redujesen a 20 días; acepté que en la misma clase estuviesen jóvenes de 14 años muy competentes y responsables junto a muchachos consentidos de 18 que apenas sabían leer ni escribir pero que tenían derecho a permanecer escolarizados como los demás... Todo eso lo acepté, pero no tragaré con la última.
-¿Cuál?
-Llevarlos y traerlos de casa en el autobús escolar.
-Tampoco es para tanto, ¿no?
-No me importaría si no tuviese que comprar yo mismo el autobús.
-Jo, abuelo. ¿No puedes correr más?
-¿Por qué?
-Es largo de contar...
-No hay prisa. Con la última reducción de velocidad a 10 km/h en autopistas, llegar a cualquier sitio nos costará bastante.
-Bueno, sabes que soy profesor y me gusta mi trabajo, pero las cosas se han puesto imposibles. Todo se empezó a torcer cuando tu padre era pequeño. Vivimos una crisis muy grande que hizo ricos a los ricos y miserables a todos los demás. Los políticos empezaron a recortar gastos en todos los asuntos públicos y la educación fue uno de ellos.
-¿Te refieres a políticos como Bisbal?
-Sí, pero ése sólo es ministro de Turismo...
-¡Ah! Sigue, sigue.
-Decidieron que la Primaria y la ESO eran tan elementales que no valía la pena intervenir, porque arreglar la formación desde la base costaba mucho dinero en equipamientos y profesores. De modo que todas las reformas se hacían por lo alto, a partir de 4º de ESO o en la Universidad. ¿Habrás oído hablar del Plan Bolonia, no?
-Sí; papá todavía sigue matriculado en varios créditos. Creemos que acabará el grado en un par de años y ya podrá trabajar de becario.
-Eso es; tu padre es una de las víctimas del sistema. Como decía, los políticos, incapaces de pensar a largo plazo, parcheaban las fisuras del fracaso escolar como podían. Aunque la escolarización sólo era obligatoria hasta los 16, las familias dejaban a los jóvenes en los institutos hasta los 18, o los 20. En realidad, todos acababan quedándose y sacándose algún título, pues nadie se atrevía a dejarlos en la calle sin titulación. Hubiese sido como reconocer el mal funcionamiento de la educación. Y entonces todos queríamos parecernos a Finlandia...
-Pero eso es bueno, porque al final todos aprendían.
-Lo que conseguimos fue que los aprendían dejasen de hacerlo por contagio con los más pasivos. Los institutos primero y las universidades después acabaron convertidos en guarderías. Ten en cuenta que en aquellos días se alargó la edad de jubilación, primero a los 67 y una década después a los 79. El resultado fue que no había trabajo para los jóvenes, de modo que había que tenerlos ocupados en algún sitio.
-¿Por eso papá sigue en la universidad aunque tenga 37 años?
-Más o menos.
-Y estás huyendo porque piensas que no tiene arreglo todo esto.
-Estoy huyendo porque se me han acabado las pilas. Acepté tener en clase a alumnos con todo tipo de problemas a los que debía atender de manera individualizada; acepté que los grupos fuesen pasando de 20 a 30 alumnos, hasta llegar a los 50 de hoy; acepté que las familias decidiesen el tipo de examen, el horario de atención, la metodología que necesitaban sus hijos; acepté que mis vacaciones se redujesen a 20 días; acepté que en la misma clase estuviesen jóvenes de 14 años muy competentes y responsables junto a muchachos consentidos de 18 que apenas sabían leer ni escribir pero que tenían derecho a permanecer escolarizados como los demás... Todo eso lo acepté, pero no tragaré con la última.
-¿Cuál?
-Llevarlos y traerlos de casa en el autobús escolar.
-Tampoco es para tanto, ¿no?
-No me importaría si no tuviese que comprar yo mismo el autobús.
-Jo, abuelo. ¿No puedes correr más?