En el mes de noviembre de 1994, leí en dos días el Libro de Apolonio, en cuatro, El Conde Lucanor, en otros cuatro, el Cantar de mío Cid (y por ahí en medio otros tres o cuatro librillos de menor talla y trascendencia). Era un periodo febril de lecturas con fines académicos. Recuerdo que el Libro de Apolonio me gustó bastante más que El Conde Lucanor, quizá por las locas peripecias de sus protagonistas y por lo fantástico de su trama (una historia que, actualizada, daría para un best-seller de mayor calidad que algunos de los que circulan con relativo éxito).
También por aquellos días estaba sumido en el estudio de la Narratología, con Gérard Genette como figura señera. Cualquier texto literario que caía en mis manos era sometido a análisis minucioso: "Narrador homodiegético, focalización cero, analepsis parcial, etc.". Sin darme cuenta, había perdido la inocencia lectora y me había convertido en un "microbiólogo literario". Tardaría muchos años en darme cuenta de que es necesario separar "ocio y negocio", ámbitos que, en nuestro oficio, por suerte o por desgracia, van íntimamente ligados en ocasiones.
Con este panorama de fondo, no es de extrañar, pues, que no pudiese disfrutar de otra de aquellas lecturas sesquidecádicas. Me refiero a El siglo de las luces, de Alejo Carpentier. Invadido por mi taxidermia lectora aproveché bien poco la prosa del cubano, más atento de los juegos con la trama y el narrador que del delicioso lenguaje con el que están narradas las vidas de unos personajes inolvidables.
Con el tiempo, he tenido muchas oportunidades de revisar los clásicos que he citado arriba. Pocos resisten relecturas agradables (a excepción quizá del Cantar de mío Cid). Sin embargo, no he vuelto a visitar a Carpentier. Quizá sea esta nota la excusa apropiada para hacerlo.
Con este panorama de fondo, no es de extrañar, pues, que no pudiese disfrutar de otra de aquellas lecturas sesquidecádicas. Me refiero a El siglo de las luces, de Alejo Carpentier. Invadido por mi taxidermia lectora aproveché bien poco la prosa del cubano, más atento de los juegos con la trama y el narrador que del delicioso lenguaje con el que están narradas las vidas de unos personajes inolvidables.
Con el tiempo, he tenido muchas oportunidades de revisar los clásicos que he citado arriba. Pocos resisten relecturas agradables (a excepción quizá del Cantar de mío Cid). Sin embargo, no he vuelto a visitar a Carpentier. Quizá sea esta nota la excusa apropiada para hacerlo.
Crédito de la imagen: : '105119'
De aquellas lecturas académicas recuerdo también que "El libro de Apolonio" me hizo mucha gracia: eso de que hubiera una mujer juglaresa con tintes de heroína me parecía el colmo de la modernidad para un mester de clerecía. "El Cid" resiste, ya lo creo: no lo tengo en la mesilla, pero el año que toca lo acometo con gusto. En cuanto a Carpentier, yo leí "El siglo de las luces" hace veinte años y tenía el recuerdo de que me había fascinado: recordaba las cenas suntuosas de los huérfanos y el brillo de Victor, el jacobino. Ahora lo estoy releyendo y estoy de acuerdo conmigo misma en esa fascinación. (Habrá que volver a "Los pasos perdidos": aún me gustó más)(¿Cómo puedes acordarte de lo que leíste exactamente? ¿Lo anotas?)Un abrazo.
ResponderEliminarEl Conde Lucanor es una de mis lecturas odiadas, a pesar del sabor evidente de sus cuentos.
ResponderEliminarNuevamente, me descubro ante tu velocidad y capacidad lectoras... ¡cráneo privilegiado!
ResponderEliminarDe todos modos me ha llamado la atención una de las observaciones que haces, Toni, porque yo también en alguna ocasión lo he comentado: "la inteligencia produce cadáveres", me solía decir cuando metemos demasiado el bisturí en una obra, cual forenses literarios del CSI (Cadáveres Sin Inteligencia), y obtenemos sobre todo algo sin pasión, sin sangre, sin vida... ¡Hay que recuperar esa emoción primigenia e infantil también en nuestras lecturas, sí!
Carlota, supongo que Antonio debe de llevar un diario de lecturas. Yo lo empecé hace ahora unos veinte años. Antes, rellenaba fichas que, de traslado en traslado, se han quedado olvidadas en algún rincón.
ResponderEliminarNo entiendo muy bien esta fobia hacia los cuentos del Señor Conde. Supongo que la estructura del cuentro dentro del cuento resulta reiterativa. Es cierto que los diálogos entre el mentor y el discípulo son arquitectónicamente ficticios, pero algunas de las historias que cuenta Patronio se las traen.
Mio Cid, siempre mío. Por cierto, la versión moderna de Pedro Salinas es muy recomendable para los alumnos.
Leer sin diseccionar la palabra, sin desollar el verbo, sin destripar la trama, sin... Me cuesta leer por leer, no puedo evitar el análisis crítico a partir de parámetros literarios. A veces, lucho por desasirme de esta práctica, pero es una batalla infructuosa.
Antonio, muy buena selección, pero imperdonable lo de Alejo Carpentier. ¡¡Tienes que ponerle remedio ya!! ^__^
ResponderEliminarUn saludo.
Lo confieso: No he leído a Alejo Carpentier; es una de mis muchas asignaturas pendientes. Y me da pereza, voy a esperar a que tú lo visites de nuevo para comprobar si merece la pena.
ResponderEliminarVa de confesiones: me gusta el Conde Lucanor, lo admito. Hoy creo que tendría un blog con sus post bien estructuraditos y en el twitter colgaría las moralejas (¿o tienen más de 140 caracteres?) Voy a comprobarlo.
Creo que es imposible (y a mi modo de ver inconveniente) intentar desprenderse de los conocimientos técnicos, del bagaje de lecturas, de la formación académica o informal adquirida a la hora de leer libros. La lectura "inocente" es, pues, imposible, como es imposible vivir experiencias nuevas intentando no tener en cuenta la propia biografía, el conocimiento del mundo y de las personas adquirido en situaciones semejantes, etc.
ResponderEliminarDe hecho, ese bagaje previo no empeora la lectura, sino que la enriquece, porque se disfruta mucho más con los ecos, las secretas y no tan secretas relaciones, y hasta con el descubrimiento de fallos y obviedades.
Yo, que leo casi siempre pensando en que tal vez escriba sobre lo leído, no he perdido nunca la pasión por leer. Sigo devorando libros guiado por la pura emoción de las historias y el atractivo de los personajes. Sólo que a veces (a menudo, en realidad), me pongo la bata y los guantes, cojo el bisturí y me pongo a desollar cadáveres librescos, todavía calientes.
Mi ventaja es que nadie me dice sobre qué tengo que escribir, ni me dicta valoraciones o me da consignas. Eso sí que tiene que quitarle a uno las ganas de ponerse entomólogo de la literatura.
Carlota Bloom: Me alegra que compartamos recuerdos literarios tan agradables. En cuanto a la memoria de lecturas, como apunta Lu, llevo un registro desde el año 93; empezó siendo un conjunto de hojas sueltas y luego fue un libro de registro (en el más puro sentido contable). Para más inri, desde el año 94 tengo también una base de datos en Access en la que apunto adquisiciones y lecturas. Mi pasión por las listas de la que he hablado en alguna ocasión...
ResponderEliminarEduideas: Seguramente somos un poco alérgicos a las lecturas moralistas.
Marcos: Los libros como cadáveres es una imagen muy acertada para algunas lecturas. Quizá, desde los estudios de Vladimir Propp, la literatura ha perdido el toque mágico para los filólogos. Tendremos que desautomatizar nuestra competencia.
Lu: Bueno, tampoco es fobia a Don Juan Manuel, pero después de leer las colecciones de relatos medievales, el valor de Lucanor desciende un poco. Paradójicamente, es el que mejor puede sobrevivir en el aula.
José Luis: En cuanto pueda me pongo manos a la obra; a lo mejor hasta grabo un podcast ;-)
Carlos: Anímate: un tuitero llamado Lucanor daría mucho juego.
Eduardo: Tu aprovechamiento de las lecturas es de indudable valor. Es cierto que un filólogo puede apreciar mejor la calidad de ciertas obras, pero también sufre al no poder gozar del "entusiasmo de las masas" por cierta literatura de folletín. Es nuestra condena...
"Cinço la espada!!"
ResponderEliminarInteresante tu organización. te imaginoponiendo el día en el que terminaste de leer el libro.
Saludos sureños
@gorkafm
Estás hecho un lector de tomo y lomo. Yo no soy capaz de engullirme estos pedazos de obras clásicas en tan poco tiempo. Yo necesito tomármelo con tranquilidad, con mucha tranquilidad e ir poco a poco. Pero te confieso que los clásicos me gustan. Porque son extraordinarios, ya que han pasado la prueba del tiempo. Pasa igual con las canciones. Las canciones llamadas clásicas del rock nunca vienen mal escucharlas porque han vencido el paso de la modoa y de los años.
ResponderEliminarUn abrazo.
De todo tu post me quedo con la referencia a Alejo Carpentier, escritor al que admiro profundamente, a pesar de su propensión al estilo barroco que el considera propio de lo latinoamericano. Leí primero de él Los pasos perdidos, novela que me maravilló; El siglo de las luces, que me entusiasmó; La consagración de la primavera, que me deslumbró; El recurso del método que se inscribe en la tradición de dictadores latinoamericanos que comienza con Tirano Banderas y sigue con El señor presidente de Mieguel Ángel Asturias. El reino de este mundo, Concierto barroco son otras de sus grandes novelas. Para mí es uno de los más excelsos narradores hispanos de América latina. Su verbo es brillante y barroco, deslumbrante, pero siempre interesante. No dejes de profundizar en él. Es un gran escritor. Y si puedes ve, el programa que hizo Joaquín Soler Serrano en A fondo entrevistándole. Es toda una lección de literatura. (cuestionable, eso sí, pero da igual).
ResponderEliminarLeyéndote y también los comentarios, resulta curioso cómo a unas lecturas les cogemos filias y a otras fobias, porque precisamente yo no termino de congraciarme con Alejo Carpentier...
ResponderEliminarQué magnífica entrada y qué agudos comentarios! Uno se descubre humildemente ante todos ustedes:
ResponderEliminarEl Conde Lucanor es un gran libro. Si a otro me recuerda es a Las ciudades invisibles de Calvino. Esa estructura primitiva pero limpia del relato dentro del relato es una forma de organizar el tempo narrativo, las condiciones de la recepción. Como las mil y una noches y la función primigenia del cuento popular, que era entretener el tiempo para llamar al sueño: nanas.
Tambien fui víctima de Genette por cuestiones académicas. Al final leer era un espejismo, no un ansia de absoluto, no una forma de vida y una rigurosa persecución de la belleza y el conocimiento. Así que volví a Onetti, que es el autor del boom que más he releído junto con Sábato, Cortázar y Borges. Asturias sin embargo me pillaba lejos, era un estado de ánimo todavía ajeno. Tendré que intentar releerlo, pero será difícil.
Si regresas a la pasión hay autores que te entran y otros que te resultan inabordables.
Gracias otra vez por todo lo que aprendo con ustedes!
Gorka: Debo reconocer que me lo tomaba más en serio hace años; ahora no anoto más que el mes y algunos libros ligeros que dejo a mitad ni los apunto.
ResponderEliminarMiguel: Sería cosa de la juventud, porque ahora, entre los años y la distracción 2.0 tampoco me veo con ánimos.
Joselu: Tu comentario me infunde valor para acometer esta empresa. Ya te contaré. Gracias por el despliegue literario.
Juliii: Tienes razón, hay autores que se te atraviesan y no hay manera; a mí me pasó con Faulkner.
Odradek: Grandes figuras las que citas, Onetti incluido. Nunca habría relacionado El conde Lucanor con Las ciudades invisibles de Calvino, una de mis lecturas preferidas; sin embargo, es cierto que la estructura es similar, aunque la moralidad del primero se sustituye por el esteticismo del segundo. Un saludo.