En esta sesquidécada, viajaremos en tren de ningún lugar hasta una tierra de sueños y secretos. Utopía es ese ningún lugar (ou topos) que, gracias a Tomás Moro, podemos disfrutar al menos en lo literario. Utopía entronca con el género literario de las repúblicas ideales que nos lleva desde Aristóteles hasta Huxley. Pero la Utopía de Moro está cargada de ese tono entre irónico y amargo que caracteriza a los heterodoxos del Renacimiento (Moro, Erasmo, Luis Vives, un trío que protagoniza cierto libro del que fui editor). Recupero un fragmento de ese reino utópico:
Pues si la misma multitud que ahora se ocupa en trabajar se dividiera en tan pocas ocupaciones como el necesario uso de la naturaleza requiere, se seguiría necesariamente una tan gran abundancia de cosas que sin duda los precios serían más bajos de lo necesario para que los obreros pudieran vivir. Pero si todos los que ahora están ocupados en trabajos inútiles con toda la caterva de los que viven ociosos en la pereza cada uno de los cuales consume y gasta más cosas producidas por la labor de otros hombres que dos de los mismos trabajadores; si todos éstos, digo, fueran obligados a provechosas ocupaciones, fácilmente percibiréis el poco tiempo que sería suficiente, sí, y de sobras, para proporcionaros todo lo que puede pedirse tanto para la necesidad como para la comodidad o incluso para el placer siempre que este placer fuera verdadero y natural.
Otro aconseja fingir la guerra para para que cuando bajo este color y pretexto el rey haya reunido gran abundancia de dinero pueda, cuando le plazca, hacer la paz con gran solemnidad y ceremonias religiosas para tapar los ojos de la pobre comunidad, como si tuviera auténtica compasión y piedad de la sangre humana, como un príncipe amante y piadoso.
A continuación, nos subimos al tren. En El Transcantábrico, el escritor Juan Pedro Aparicio, describe un viaje sentimental a través de la cornisa cantábrica, desde Bilbao a León. Es un viaje nostálgico y con esa épica de las pequeñas hazañas que dan sentido a unas tierras y a unas gentes al borde de la extinción.
Y, a bordo de "El Hullero", llegamos al Reino Secreto. Los cuentos del reino secreto, de José María Merino, ilustran bastante bien ese realismo mágico leonés (aunque Merino sea gallego de nacimiento) que impregna a autores como Llamazares, Mateo Díez, Merino o el anteriormente citado Aparicio (algunos de los cuales comparten filandones de vez en cuando). Merino es un autor de calidad indiscutible. Esta recopilación de relatos breves se ha mantenido en mi lista de libros recomendados desde hace años, aunque reconozco que no es fácil encontrar el libro, sobre todo desde que desapareció la colección de bolsillo de Alfaguara.
Sobre Merino ha escrito con mayor solvencia mi colega Eduardo Larequi, en la Bitácora del Tigre. Allí ha reseñado alguna de sus obras; incluso ha escrito artículos fantasma como corresponde a esos reinos de la fantasía.
Sobre Merino ha escrito con mayor solvencia mi colega Eduardo Larequi, en la Bitácora del Tigre. Allí ha reseñado alguna de sus obras; incluso ha escrito artículos fantasma como corresponde a esos reinos de la fantasía.
Y aquí concluye este viaje mensual por territorios del pasado entre los renglones de lecturas perdidas y recuperadas.
El primer viaje que hice en mi vida que tal mereciera semejante calificativo fue entre Zaragoza y Vigo en un expreso de medianoche. Desde allí, con dos amigos, en plena postadolescencia y crisis vital-religiosa-política volvimos atravesando Galicia, pasando por Santiago, Vilagarcía de Arousa, Puentedeume, Betanzos, A Coruña, El Ferrol, y desde allí haciendo autoestop hasta Oviedo atravesando las rías altas y a mariña lucense, así como luego Cantabria (comimos unas sardinas inolvidables en San Vicente de la Barquera), Santander, Laredo, Castro Urdiales, hasta Bilbao. Fue un viaje sentimental y de formación del que podría haber salido una crónica transcantábrica. Cuando de nuevo rehago este trayecto dos veces al año cuando voy a Galicia en coche (lo he hecho también caminando haciendo el camino de Santiago del Norte)recuerdo aquel viaje de hace tantos años y del que, si yo hubiera sido escritor, hubiera salido una crónica entre sentimental, erótica y existencial a la vez que un bellísimo viaje de autoconocimiento a través de la geografía del norte. Fue mi viaje transcantábrico.
ResponderEliminarLa cita de mi artículo fantasma me ha ilusionado mucho, Toni. Ayer le contaba la anécdota a un colega, con los adornos que suelen utilizarse para tales ocasiones.
ResponderEliminarUna pena que no se reedite el libro de Merino. Para mi gusto, la mejor y más acabada colección de cuentos fantásticos publicada por este autor.
Buenos libros, buenos viajes y mejores recomendaciones. Sigo tomando nota, maestro. Gracias.
ResponderEliminarComo cuenta Joselu, yo también viví la experiencia de un viaje iniciático que hubiera dado para una novela, quizá "rarilarga", Toni. Ahora recuerdo algunos pasajes, pero también es verdad que me ruborizan otros.
ResponderEliminarOí hablar de la colección de relatos que citas, pero no he tenido la ocasión de leerlos. Quizá vaya siendo hora de darse un paseo por las librerías de viejo.
En el último libro que leí de José María Merino, La glorieta de los fugitivos –que me encantó, como todos- encontré el mejor resumen de El Quijote: "En un lugar de la Mancha vivió un ingenioso hidalgo y caballero que estuvo a punto de derrotar a la Realidad" (¡menudo twitt!).
ResponderEliminarRecuerdo mis primeros viajes en tren, cuando era pequeña ibamos en tren a pasar el día en el campo, el viaje en si era una aventura. Ya de mayor, hice unos cuantos viajes en tren en busca de alguien, eran viajes de sueños y secretos. Ahora viajo muy poco en tren y aunque no es momento de aventuras, sigo teniendo sueños y secretos.
ResponderEliminarA ver si consigo estos libros, parecen apetecibles. Antonio, gracias por tus referencias.
Interesantes propuestas literarias. y magistral presentación por tu parte.
ResponderEliminarUn abrazo.
Joselu: Como corresponde a mi tradición familiar ferroviaria, mi infancia y adolescencia está marcada por trenes y viajes. No sabría decirte cuál de ellos me ha marcado más, aunque siempre recuerdo con especial placer los viajes a Villagarcía de Arosa, donde estudiaba mi hermano. No entraré a comentar otros trayectos de mayor rebeldía vital y amorosa.
ResponderEliminarEduardo: Algún día deberías contar tus aventuras en un libro. Sé que eres buen viajero y que no temes ni siquiera lanzarte con los trenes en marcha ;-)
Marcos: Siempre quid pro quo.
Lu: Lo malo de las librerías de viejo es que acabas llenando la casa de celulosa caducada con valor sentimental. En cuanto a tus historias secretas, quizá algún día te atrevas con ello (tal vez en un blog allá por el 2025...)
Carlos: Me lo apunto. Tendríamos que preparar una actividad de resumen literario en 140 caracteres. A ver quién empieza.
Speedy: Para toda una generación, el tren ha tenido el valor añadido de cierto romanticismo: uno se despeinaba al asomarse a la ventanilla, se podía bajar en las estaciones a estirar las piernas, o viajar día y noche sin rumbo de un punto a otro del mapa. Las altas velocidades y el progreso han acabado con ello, pero el recuerdo queda para siempre.
Miguel: Gracias. El otoño nos vuelve un poco nostálgicos a todos y eso se cuela en los blogs. Un saludo.
Los viajes y la literatura siempre han sido buenas compañías. Sobre todo para los que, como dijo Chatwin, somos viajeros literarios. Un buen libro, una buena cita, nos emociona tanto como una planta rara, y en este blog hay bastante de todo eso. Un placer leerte...
ResponderEliminarSaludos
Qué interesante apuntar las lecturas que se ha leído.
ResponderEliminarPor cierto, ¿qué tal con el Aprendiz de detective de Irish?
¡Saludos!
Mario: Gracias por la visita. Twitter nos ofrece la posibilidad de conocer un montón de gente interesante y sus interesantes tareas, como la tuya.
ResponderEliminarJuliii: Intercambiar impresiones lectoras con el fin de enriquecer nuestra limitada visión; esa es una de las grandezas de la red. Sobre Irish contaré la experiencia lectora muy pronto.
Merino y alrededores nunca me han interesado. Digamos que tiendo a una narrativa más radical llena de cenizos: Handke, Berndhart, Onetti, Céline, Pavese... pero si encuentro ese libro, lo leeré a ver si cambia mi perspectiva.
ResponderEliminarSobre los trenes, en fin, están por toda la literatura desde el siglo XIX. Me gusta mucho el tratamiento de Barico en Castelli di rabbia, aquí traducido inexplicablemente como tierras de cristal, y tiene mucho de la estética de Calvino, del que habláis en el prólogo del libro sobre las utopías.
Hay un documental magnífico -las cajas españolas- que cuenta cómo salvaron el patrimonio artístico los encargados de cultura de la república, recuerda mucho a "EL Tren", la peli de Burt Lancaster.
Por cierto, estaba preparando una actividad para trabajar la descripción y la narración a partir de Las ciudades invisibles de Calvino para primer ciclo de la ESO. Si a alguien le parece inapropiado, admito consejos.
Odradek: Tienes razón, el estilo es diferente, pero no siempre tiene uno el cuerpo para leer a Joyce, a Faulkner o a Benet; hace tiempo dediqué una serie a los raros y los largos en los que hablaba de autores más radicales. No conozco nada de Baricco, así que pasa automáticamente a la lista de espera. De trenes tengo bastante; destacaría Trenes rigurosamente vigilados de Bohumil Hrabal, una joya.
ResponderEliminarAlgunos textos de Calvino pueden abordarse en primer ciclo (curiosamente, en el libro de Santillana de 2º de ESO hay un fragmento de Las ciudades invisibles). Estoy intentando digitalizar para clase algunos cuentos suyos, pero me da miedo colgarlos en Scribd por el asunto de las licencias. Ya veremos. Un saludo.
Me quedo con Bohumil Hrabal para este mes, l otengo ganas desde hace mucho.
ResponderEliminarDe trenes tengo mil cosas porque en casa son generaciones de ferroviarios. Yl uego está lo que decía Lostalé. que de noche todos los trenes tienen ojos azules.