28 agosto 2009

Lecturas II: Los raritos

El colofón a la entrada anterior tendría que haber sido la Antología del relato policial (en Vicens Vives, a cargo de J. Santamaría y P.Alonso), una buena recopilación de historias criminales (con una interesante introducción sobre el género y propuestas didácticas). Sin embargo, quería aprovechar el último relato del libro para dar paso a las lecturas raras. Se trata de "No mire atrás", de Fredric Brown (se puede leer una versión íntegra en librosgratis), un relato que se escapa ya por los límites del género (algo parecido ocurre en 1280 almas, que citó Joselu en un comentario a la nota anterior). Es difícil encontrar una definición para los libros raritos: aunque casi todo el mundo tiene claro que un libro es "raro" cuando se tropieza con él, si hay que teorizar sobre ello resulta bastante complicado. Hace un tiempo dediqué unas notas a los "rarilargos" (*) (neologismo que inventó Eduardo Larequi). Es más, los raros sólo se recomiendan entre lectores compulsivos a los que no les importa dedicar horas de lectura a un libro que igual los deja sumidos en el estupor.
De estos libros raritos me ha abastecido en los últimos meses mi compañera María José, profesora de inglés a quien ya mencioné en la nota anterior. Empezó prestándome dos autores japoneses: Edogawa Ranpo (que se lee en japonés como Edgar Allan Poe) es un escritor de relatos que mezclan el kitsch al puro estilo Fu-Manchú con cierta ironía del género negro americano. En un volumen están recogidas "La lagartija negra" y "La bestia entre las sombras".
El otro escritor japonés es Akiyuki Nosaka, de quien leí dos relatos reunidos en un libro: "La tumba de las luciérnagas" es una historia desoladora sobre la guerra y sus consecuencias; como contrapunto, "Las algas americanas" es un relato agridulce sobre el choque cultural oriente-occidente.
También misterio y extrañeza (en este caso por ser una faceta desconocida de su autora) se pueden encontrar en los relatos de Richmal Crompton, la artífice de las aventuras de Guillermo Brown, recogidos en Bruma (Reino de Redonda). En ellos hay personajes aquejados de ataques de tristeza y soledad y teñidos de fantasía y sueño.
También me ha parecido extraña la novela Amor perdurable, de Ian McEwan; juega con las convenciones de las novelas de amores obsesivos hasta darles la vuelta y someterlas a escrutinio racional. Además, consigue que el lector viva la narración con el mismo estupor que el protagonista. Y, desde luego, el punto de partida de la historia es tan raro que parece incluso real.
Otro autor que me ha sorprendido ha sido Robertson Davies; he leído la Trilogía de Deptford (compuesta por las tres novelas El quinto en discordia, Mantícora y El mundo de los prodigios, editados por Libros del Asteroide) Como ocurre con McEwan, la habilidad consiste en convertir en verosímil el extraño mundo de los seres humanos que, al ser analizado con detalle, se transforma en una red de complejos azares e intrincadas relaciones sentimentales. Desde el punto de vista narrativo, el primer volumen es el más jugoso y en el que aparecen los hilos que se devanan en la trilogía; en los otros dos se resuelve toda la trama.
Y, para no agobiar mucho, cerraré esta nota con un libro cuya rareza es su carácter autobiográfico y su vinculación con el mundo de la física teórica. Se trata de la biografía novelada de Richard P. Feynman: ¿Está Ud. de broma, Sr. Feynman? (Alianza) Es un libro divertido (tranquilos, que no aborda con profundidad cuestiones técnicas), en el que sobresale la apología de la curiosidad y la inteligencia como estilo de vida. Así, con esa filosofía de fondo, resulta normal que un premio Nobel se dedique a reventar cajas fuertes o a decorar con sus cuadros bares de top-less. Os aseguro que es una vida digna de conocer, contada además con una solvencia entretenida.
(continuará)
(*) Los raros y los largos uno, dos, tres, cuatro, cinco

Crédito de la imagen: www.flickr.com/photos/23727492@N00/2309874065

24 agosto 2009

Lecturas I: Verano negro

He pasado el verano con apenas tres o cuatro notas en el blog. Escribir poco ha servido para que lea mucho, algo que se agradece, sobre todo porque con el curso en marcha es difícil robar tiempo para lecturas privadas. No voy a hacer un recuento exhaustivo de mis lecturas, pero dejaré constancia de algunos títulos que me han gustado o me han sorprendido, que no tiene por qué ser lo mismo.
En esta primera entrega, confesaré mi entrega a la novela negra, un género en el que había picoteado de vez en cuando, pero nunca con tanta intensidad como en los últimos meses. Quizá como premonición de todo ello, en junio leí Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes, de Thomas de Quincey, una irónica apología del crimen perfecto. Me dejó el libro una compañera (gracias María José) que me ha descubierto varios autores de los que aparecerán en estas reseñas.
El primer hallazgo ha sido Fred Vargas, una escritora francesa que parece estar de moda, de quien he leído Que se levanten los muertos y El hombre de los círculos azules. Son novelas negras poco dadas a lo escabroso y en las que la narración discurre de un modo amable, con ciertos toques intelectuales y un punto de fino humor. En la primera, la resolución del crimen corre a cargo de un grupo de jóvenes historiadores (con una divertida pugna entre medievalistas, prehistóricos y modernos), mientras en la segunda, el peso de la investigación recae en el comisario Adamsberg, un policía intuitivo y poco comunicativo, con frecuentes ausencias y desvaríos.
Tampoco había leído nada de Petros Markaris. En Noticias de la noche se aborda la depredación informativa alrededor de las noticias de impacto. En este caso, el crimen es un pretexto para mostrar ese mundo de exclusivas y luchas por conseguir audiencia. Lástima que la realidad siempre supera a la ficción, como demostró hace unos días cierto periodista asesino. Las pesquisas corren a cargo de Kostas Jaritos, otro de esos inspectores que parecen representarse a sí mismos.
Al más puro estilo negro americano, gocé con La mirada del adiós, de Ross MacDonald. Escenarios que forman parte de nuestra memoria fílmica, personajes abandonados, tipos duros, pistolas que surgen a la mínima... en fin, los tópicos del género sublimados en una novela llena de traiciones y medias verdades. Su detective, Lew Archer, nada tiene que envidiar a sus colegas de ficción creados por Hammet o Chandler.
Siguiendo la estela del fenómeno Larsson, metí mano a Henning Mankell y a su inspector Wallander con Los perros de Riga. Además del frío báltico, sentí las emociones de unos personajes bien armados y una intriga mantenida hasta el final. Quizá, como ocurre en otros casos, el crimen es lo de menos y lo que importa realmente es desvelar los intrincados vericuetos del comportamiento humano.
Y, de vuelta a casa, recuperé un trozo de nuestra historia con el Asesinato en el Comité Central, de Vázquez Montalbán (admiración que heredé de Lu). En algunas cuestiones se acerca Pepe Carvalho a los anteriores; su lujuria gastronómica, que pone el colesterol de punta, quizá lo emparente con Wallander; su aire duro con las mujeres lo une a Archer; y la tendencia a la instrospección remite a Adamsberg. Pero Carvalho es irrepetible y, en esta novela, nos golpea con lo más miserable de nuestra guerra cainita.
También he atacado algunos libros juveniles del género, para sacarles rendimiento en el aula. El más destacado es La ratonera, de Agatha Christie, una versión teatral de su novela Tres ratones ciegos. A pesar de su esquematismo (o gracias a ello), se puede abordar en el aula (sobre todo en la optativa de Teatro, quienes la tengan). La editorial Vicens Vives tiene una edición bastante solvente.
El enigma N.I.D.O., de Fernando Lalana (Edebé), es una novela juvenil de intriga futurista, en la que las sectas deportivas controlan el mundo. En la línea de algunas novelas utópicas, plantea una realidad quizá no muy descabellada.
Por último, Elia Barceló es la autora de El caso del crimen de la ópera (en la línea de otro que comenté aquí, El caso del artista cruel -ambos en Edebé-), en la que un director musical es asesinado el día del estreno de su obra. El argumento está bien trazado y los personajes, aunque algo típicos, resultan creíbles.
(continuará)

Crédito de la imagen: http://www.flickr.com/photos/25178143@N04/2674293721

07 agosto 2009

Sesquidécada: agosto 1994

Esta sesquidécada de agosto ha venido a caer al lado de la de julio: cosas del verano y de la sequía bloguera (aunque ya he comprobado que muchos no han echado el cierre definitivo). En el lejano agosto de 1994 aproveché para leer a Pere Calders, Rubem Fonseca, Martin Amis y a la imprescindible Víctor Català (Solitud es una novela difícil de olvidar). Pero debo ser más conciso y me quedo con dos recomendaciones:
La fiebre amarilla, de Víctor Canicio, es un breve poemario del que ya hablé hace siglos en este blog que tiene el aliciente de ser lúdico, sugerente, y lleno de agudeza. Algunos de sus poemas parecen retos lingüísticos al modo de los que se proponen en Verbalia(*), otro sitio recomendable para verbívoros, en el que nos escondemos bajo seudónimo algunos profes de lengua. Además de los poemillas que ya recogí en aquella lejana nota, copio aquí otro:
RASPA
creo y destruyo
lo que quiero

por eso escribí versos
en papel de lija


La segunda recomendación tiene que ver con mi próximo regreso al 1º de Bachillerato, con lo que me reencontraré con el Romancero. Aunque no pueda afirmar que me leí el romancero en un mes, creo que fue a partir de aquella lectura veraniega cuando descubrí de verdad un género apasionante, también sintético a su manera, en el que cabía casi todo lo que merecía ser contado (¿era el romancero un precursor del blog?).
Unos años después, en un curso de doctorado sobre la literatura oral y el romancero (en el que coincidí con Laura Gallego), tuve la ocasión de profundizar en los vericuetos que convierten los romances tradicionales en cancioncillas populares de la España rural (hoy en declive gracias a la televisión e internet). Preparé un trabajo sobre la transmisión de un romance (en realidad no era más que una síntesis de un artículo de Diego Catalán) que abordaba el asunto del corazón de Durandarte; este héroe de la compañía de Roldán, al morir, encarga a su primo Montesinos que le saque el corazón y se lo lleve a su amada Belerma:
¡Oh Belerma!, oh Belerma!,
por mi mal fuiste engendrada!,
que siete años te serví
sin de ti alcanzar nada;
agora que me querías
muero yo en esta batalla.
No me pesa de mi muerte,
aunque temprano me llama;
mas pésame que de verte
y de servirte dejaba.
¡Oh mi primo Montesinos!
lo que agora yo os rogaba:
que cuando yo fuere muerto
y mi ánima arrancada,
vos llevéis mi corazón
adonde Belerma estaba
y servilda de mi parte,
como de vos yo esperaba (...)
(Ver romance completo)
Este trágico episodio de amor más allá de la muerte sirvió a Cervantes para una humorística parodia en la segunda parte de Don Quijote:
Al cabo y fin de las hileras venía una señora, que en la gravedad lo parecía, asimismo vestida de negro, con tocas blancas tan tendidas y largas, que besaban la tierra. Su turbante era mayor dos veces que el mayor de alguna de las otras; era cejijunta y la nariz algo chata; la boca grande, pero colorados los labios; los dientes, que tal vez los descubría, mostraban ser ralos y no bien puestos, aunque eran blancos como unas peladas almendras; traía en las manos un lienzo delgado, y entre él, a lo que pude divisar, un corazón de carne momia, según venía seco y amojamado. Díjome Montesinos como toda aquella gente de la procesión eran sirvientes de Durandarte y de Belerma, que allí con sus dos señores estaban encantados, y que la última, que traía el corazón entre el lienzo y en las manos, era la señora Belerma, la cual con sus doncellas cuatro días en la semana hacían aquella procesión y cantaban, o, por mejor decir, lloraban endechas sobre el cuerpo y sobre el lastimado corazón de su primo; y que si me había parecido algo fea, o no tan hermosa como tenía la fama, era la causa las malas noches y peores días que en aquel encantamento pasaba, como lo podía ver en sus grandes ojeras y en su color quebradiza. «-Y no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil, ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses, y aun años, que no le tiene ni asoma por sus puertas; sino del dolor que siente su corazón por el que de contino tiene en las manos, que le renueva y trae a la memoria la desgracia de su mal logrado amante; que si esto no fuera, apenas la igualara en hermosura, donaire y brío la gran Dulcinea del Toboso, tan celebrada en todos estos contornos, y aun en todo el mundo.»
Don Quijote, 2ª parte, cap.XXIII
Y la historia llega, ¿finalmente?, a la montaña asturiana del siglo XX, donde los investigadores del equipo de Diego Catalán encuentran una versión en la que Belerma se convierte en "Guillerma", y la espada en "fusilín":
Caminaba Montesinos
por una verde montaña,
con el fusilín al hombro
como aquel que va de caza,
y encontrara un hombre muerto
en par de una verde faya.
(...)
Le levantó el sombrero
y le descubrió la cara.
-¡Oh mi amigo Montesinos,
mal nos fue en esta batalla,
que mataron a Guarín,
capitán de nuestra escuadra!
Me sacas el corazón
por la más pequeña llaga,
lo llevas al Paraíso,
a donde Guillerma estaba. (...)
Lo dejamos aquí, que los rigores del verano harán mojama de nuestro seso, aunque con la recomendación de dos sitios de referencia para encontrar romances:

Crédito de las imágenes: La fiebre amarilla; El Romancero.

(*) El alma de Verbalia es Màrius Serra. Hace muy poquitos días falleció su hijo Lluís, un luchador a quien dedico esta nota.