El primer libro que leí de Juan José Millás fue El desorden de tu nombre. Era el año 92 y yo comenzaba entonces a tomarme la literatura como algo profesional (luego he descubierto que es más satisfactorio gozar de ella como algo personal). Esta novela me descubrió a un autor extraño, revelador de un mundo impredecible gobernado por casualidades, por situaciones ridículas y absurdas, que, a la vez, estaban regidas por una lógica inapelable.
Poco a poco, me fui aficionando a sus artículos en los periódicos y a su peculiar manera de entender la escritura. Como todo lo relacionado con Millás, una casualidad hizo que en la primera oposición a la que me presenté saliese una columna de Millás, lo que me permitió salvar el trance con dignidad (aunque aprobé, no fue aquella mi ocasión).
A partir de entonces, atisbé que Millás y yo nos habríamos de cruzar en más ocasiones, así que me puse en la seria tarea de leer su obra. Así vinieron La soledad era esto, Tonto, muerto, bastardo e invisible, Papel mojado, Letra muerta (que me acompañó con su ambiente monacal en uno de mis exilios docentes), Números pares, impares e idiotas (del que ya hablé en Tres Tizas hace poco), Cerbero son las sombras, Visión del ahogado, Hay algo que no es como me dicen (una incursión en el absurdo de la política española), No mires debajo de la cama (que sigo recomendando a los bachilleres), El orden alfabético (inevitable para un profesor de lengua), Dos mujeres en Praga, Laura y Julio (con fondo de espejos y realidades paralelas), El mundo (su más reciente y premiada novela), Cuerpo y prótesis, Primavera de luto y distintas colecciones de cuentos y articuentos. No es extraño, pues, que cuando empecé este blog la segunda nota fuese un artículo de Millás, ni que después llegasen otras noticias de sus andanzas.
Después de este repertorio, creo que puedo afirmar con algo de autoridad que Millás es uno los autores más originales de los últimos tiempos y que se ha ganado un lugar destacado en la historia de la literatura contemporánea. También creo que sus relatos cortos tienen más calidad que algunas de sus novelas (que, a veces, da la impresión de que están hechas de retales de sus cuentos). Y me alegro de que le den premios. No sé por qué, a los críticos les suele molestar que un autor que vende muchos libros reciba premios. Está claro que hay premios que están destinados a nuevos valores, pero, no nos engañemos, el Planeta, el Nadal y otras menciones oficiales, están reservados a quienes gustan al gran público, pues es la única manera de que un artista de la palabra llegue a ser famoso (en un país donde sólo los escritores premiados llegan con cuentagotas a los telediarios, siempre salpicados entre una multitud de deportistas -o mejor, futbolistas y toreros-) y se convierta en millonario para asegurarse una jubilación digna (por ello deberían prohibirles escribir algunas de esas novelas agónicas que perpetran sin que nadie les advierta de ello).
Así pues, me satisface que a Millás le hayan dado el Nacional de Narrativa (aunque sea por una novela que, a mi juicio, no destaca especialmente en su producción). Y me alegra que mis alumnos de Bachiller hayan podido compartir un rato de charla con él en un acto cultural que nos sorprendió a todos: un coloquio en el que unos 700 alumnos de secundaria de la provincia de Castellón abarrotaron el Teatro Principal y demostraron que no todas las noticias relacionadas con la educación tienen que ser negativas.
Crédito de la imagen: http://www.donostiakultura.com/upload/dossiers/Millas.JPG