Esta semana acaban sus clases los alumnos de 2º de Bachiller. Les quedan las recuperaciones de la semana que viene y, después, una pequeña tregua hasta los temidos exámenes de Selectividad. Ha sido mi primer año con ellos aquí en la Comunidad Valenciana. Ya conté el dilema que suponía tener que programar la literatura cuando no hay ninguna pregunta sobre ella en la Selectividad. Al final, no he renunciado, pues han elegido algunas lecturas interesantes, han trabajado la poesía y, en la última evaluación, se han encontrado con la prosa de Cortázar.
Concretamente, hemos trabajado una recopilación de ocho relatos de Cortázar (La autopista del sur y otras historias, de la editorial Bruño), a los que hemos dedicado cuatro sesiones, en cada una de las cuales los alumnos comentaban dos cuentos. He empleado el método dialéctico: Nada de teoría, sólo derribar certezas, sembrar dudas. Las clases tenían un cierto aire de club de lectura y quienes iban siguiendo los relatos de Cortázar han tenido la oportunidad de disfrutar con los continuos engaños al lector. Si la vista no me falla, creo que les ha gustado, aunque sólo sea porque han descubierto que leer nunca es fácil. En una de las entradas del blog, un alumno dejó un comentario que para mí resume todas las teorías sobre la lectura:
Yo leo, no pienso.
Efectivamente, la literatura juvenil les enseña a leer, los acostumbra a un hábito más o menos sano para sus mentes. Pero, cuando acceden a la Literatura, supone un esfuerzo leer, exige un sacrificio para ellos que pocas veces valoramos. Este es el gran salto para el que hay que prepararlos. Porque, en las sesiones de debate sobre Cortázar, muchos reconocían no haberse enterado de nada y, cuando releían, comenzaban a apreciar el valor de los textos. Por eso, me parece incongruente mantener una programación que abarca toda la literatura contemporánea cuando apenas podemos sustraer diez o doce sesiones al curso para leer en condiciones. Todo el tiempo se lo lleva ese comentario de texto que deben realizar en Selectividad. Y gracias a ello, sabrán un poco de morfemas, raíces, deícticos, cátaforas y perífrasis, pero a costa de haberse perdido un montón de buenas lecturas.
Crédito de la imagen: www.flickr.com/photos/36849102@N00/242574557
Sentimiento de enorme tristeza por la evidente pérdida de valor de la literatura en la enseñanza. Hubo un tiempo en que cinco o seis alumnos se quedaban fuera de horas de clase para comentar Rayuela con la que disfrutaban enormemente. Réquiem por la literatura. ¡Qué pena!
ResponderEliminarNada. La literatura es la cenicienta y lo seguirá siendo. Si te contara que en Cataluña se introduce la literatura en 1º de bachillerato, pero desde una perspectiva historicista. Además, se reduce el número de horas semanales a 2.
ResponderEliminar¿Qué hada madrina rescatará a la cenicienta (literatura) de su grisura en los planes educativos?
Idem de lienzo para Euskadi. Hace ya mucho tiempo que renunciamos a explicar Literatura por aquí -incluso algunos manuales tienen dos libros diferentes que se adquieren independientemente- y sólo explicamos el texto literario junto a los demás tipos que recoge el programa. Oh tempora, oh mores...!
ResponderEliminarUna perspectiva algo distinta, como moderador de un club de lectura (de adultos): muchas veces nos encontramos con resistencia al pensar más allá de la anécdota, por ejemplo, en la forma literaria, en la importancia concreta de haber dicho algo de una forma (y no de otra), o en un momento (y no antes ni después). Me pregunto si no les convendría ese "yo leo, no pienso". Aunque más de una vez, el estirar vale la pena, salen satisfechos de libros que, si no, mirados como simple relatos de aventuras, no tendrían demasiado valor.
ResponderEliminar¡Y yo que el otro día me lamentaba con mis alumnos de que sólo disponíamos de tres horas semanales para Lengua-Literatura!
ResponderEliminarPasó, desde luego, la época en que se podía desarrollar con cierta tranquilidad el programa y comentar algunas lecturas.
Como Marcos, O tempora, o mores.
¡Cuánta razón tienes, querido Antonio! A veces el leer por obligación, para aprobar o para hacer el comentario de texto dichoso actúa como un cerrojo que impide que la gente aprecie la belleza, la verdad o la profundidad de una buena historia. Pienso en mi bachillerato, tantas horas desperdiciadas leyendo para aprobar los textos obligatorios. Muchos de ellos los he vuelto a leer después (El Lazarillo, El Quijote, Platero y yo, Campos de Castilla, Alfanhui...) y siguen estando entre mis lecturas preferidas.
ResponderEliminarHay mucho que hacer sobre el asunto de la literatura. La presión de la PAU no favorece (cuando no el canon de lecturas resulta extemporáneo; un aire de época, el del armonizador, claro). Tengo anécdotas de lo más peregrino, al respecto.
ResponderEliminarLidio en 3º con un texto imposible, que busca afirmar nivel y contenidos y cocina un magma indigerible para lo chicos...
No caigamos en el fatalismo, La literatura universal (buena manera de eludir el enfoque historicista del que habla Lu)sale reforzada en los nuevos planes, creo yo...