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Basta pasear por nuestras ciudades para darse cuenta de quién hace la faena que los españoles no queremos. Tenemos a nuestros hijos ganduleando en casa, con el botellón o con el tunning, mientras vienen de fuera a recoger la naranja o a subirse al andamio. Y mientras, nos quejamos de que los extranjeros son unos mafiosos ladrones. Si lo dice una jubilada o un señor sin estudios, vale, pero que lo repitan sin cesar sesudos periodistas, tertulianos y políticos de dudosa catadura, eso es demagogia pura y dura. ¿No había manguis en los años setenta? ¿No había pandilleros? ¡Ay!, esos eran de los nuestros, ¿verdad? También nos queda añorar los años de la dictadura: ¡qué felices! Nadie robaba; los jóvenes en edad de delinquir estaban en Alemania o Francia currando, y a los que se quedaban aquí, ¿qué les iban a robar? ¿los piojos?
Por favor, que nos dure la memoria más de cuatro años.
Vale. Venía a hablar de literatura.
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Mucho más dura es la novela gráfica Maus, de Art Spiegelman, un cómic ganador del premio Pulitzer, que cuenta el holocausto desde un punto de vista personal y metanarrativo. Es una historia cruel como la vida misma, pero llena de humanidad, la que le otorgan sus personajes, seres reales que cuentan el día a día de la supervivencia. En este sentido, el propio
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La última novela de la que quiero hablar es El señor Ibrahim y las flores del Corán, de Eric-Emmanuel Schmitt, de la que incluso hay versión cinematográfica. Es una obra muy breve, que se lee en un suspiro. Llegué a ella gracias a las recomendaciones de Joselu. Tiene ese punto extraño e inquietante de obras como El Principito -aunque bastante menos cándida-, en las que el lector se encuentra perdido sin saber qué intenciones alberga el autor. También tiene su poquito de rebeldía y otro tanto de solidaridad. Cuenta Joselu que sus alumnos quedaron arrobados con la lectura en clase. No debemos olvidar que la lectura, igual que la música, tiene el don de amansar a la fieras.