
Nueva ley, nuevos libros de texto. Horror de horrores: con lo que cuesta acostumbrarse a uno, para que anden cambiándolos a toda hora. Encima, con estas programaciones pensadas para una realidad de hace quince años, pretenden dar respuesta a los ciudadanos del futuro.
Odio la esclavitud del libro de texto, pero tal y como están los currículos oficiales, es la única manera de sobrevivir y no ser denunciado por padres o inspectores alevosos. En alguna ocasión, en centros privados, me forzaban a terminar los temas del libro, porque los padres se quejaban si alguna lección no se daba. Nada acerca de objetivos, nada de valorar los progresos educativos, nada de haber sobrevivido a la mala educación. Cantidad, no calidad.
Por suerte, ahora puedo seguir los libros de texto con mayor libertad, con cierta insumisión, a veces. Pero me gustaría que mis alumnos fuesen capaces de hacer frente a una educación desligada de tantos kilos de papel.
Sé que ahora comenzarán las visitas de los comerciales y el embeleso (y embeleco) editorial para fidelizar clientela.
Ante tal panorama se me ocurren algunas cuestiones a las que me gustaría que aportaseis vuestra opinión. Teniendo en cuenta que casi todos los libros de texto son igual de buenos / malos:
1.- ¿Existe alguna manera objetiva de comprobar la calidad de un libro de texto? ¿En qué parámetros habría que fijarse?
2.-¿Es lícito aceptar el 'soborno editorial' aunque sea en forma de beneficios materiales para el centro?
3.- ¿Debemos ceder a la progresiva dispersión de su formato en apartados, recuadros, anexos, ampliaciones, etc.?
4.- ¿Encontraremos alguna vez un libro de texto que explique bien la morfosintaxis?
Por último, me gustaría que anotaseis las dos o tres editoriales en las que confiáis para la asignatura de Lengua Castellana y Literatura (con los comentarios, quizá dé para una pequeña guía de orientación para quienes siempre estamos empezando en el oficio).
Crédito de la foto: Instalación de Alicia Martín, Madrid, octubre 2003.